8.11.12

Pulgarcito

Empezaron con una línea imaginara que unía esas partes del mundo que reservaban para sus cenizas. Océanos, montañas, desiertos y la confluencia de ciertos ríos ponían de manifiesto que aquello no era plano y la vida tampoco. La línea imaginaria fue tornándose un lazo, con tramos sedosos pero hecha de áspero cordel. Y se ponía de manifiesto que aquello no iba a ser fácil y el amor tampoco. La línea imaginaria comenzó a rodear las siluetas de los cuerpos desnudos y también las calles de Madrid. Trazó un rastro tan profundo en el asfalto que tan sólo Pulgarcito sería capaz de perderse.

La rosa de los vientos no calibraba las direcciones y el imán no obedecía a los puntos geográficos. La boca era el Norte; el Este, todos aquellos lugares coronados por la nieve; el Oeste, cualquier bar que oliese a cerveza y el Sur...el Sur era un hogar cualquiera. Recordaron que una vez existió un mapa sin direcciones, sin coherencia, iluminado por las mil luciérnagas que brillaban entre la vegetación de los enclaves estratégicos. Por aquel entonces, cualquiera podía guiarse con una pizca de instinto y mala orientación, como si fuese Pulgarcito.

Reservaron su pasión para cuando llegasen a aquellos puntos estratégicos, mientras intentaban allanar el terreno a base de intelecto. Los caminos de piedras surgían de una casa en la montaña a donde no llegaba la línea imaginaria. Ése era su objetivo: el de él, el de ella. Allí donde ni siquiera Pulgarcito pudiese alcanzarlos; allí donde pudieran dejar a un lado la racionalidad y madurez. No llegaron nunca y, a medio camino, donde aún veían el trazo de la línea imaginaria, se detuvieron para descansar sobre la mullida hierba en la que habitaban las luciérnagas. Nada más se supo de ellos. No al menos de ellos como uno sólo, sino de ellos como dos Pulgarcitos en busca de una paz interior en la que sus cenizas yaciesen distantes.

21.10.12

El tiempo que vuela

Más allá de la línea del horizonte que se dibujaba en el rincón del verano de mi infancia, también te ví. Te ví en el polvo de la mesilla de noche, en las manos de quien nos unió y muy cerca de un escenario al otro lado del charco. Los paisajes de carretera a través de las ventanillas charlan sobre tí y el plato de pasta de las tres también...

Si todo es cuestión de fragilidad, no debe quedar una parte de mí que no esté despedazada en tu suelo...

16.10.12

A propósito de tí

Tengo cristales en las manos y me duele acariciarte. No por el miedo a resquebrajarme sino por sentir cómo se reafirma tu perpetuidad en el reflejo. El reflejo sólo se vislumbra desde la perspectiva de los trescientos días después.

Tus mismas formas, tus mismas ganas, tus mismas fobias...

Tuve miedo, lo confieso y, de repente, te ví. Volví a verte y no sé ni siquiera cómo. Si era un sueño no lo sé pero tampoco me importó. Echaba de menos rodar por la diagonal de las baldosas que componen este mundo tan inerte en el que nos tocó querer...

...o moder, sin pedir permiso, ese rincón de piel entre la cintura y la cadera. A un lado, a medio camino entre mi ombligo y tu espalda.
Ví tus movimientos; tan contundentes como dulces. Tu forma de fruncir el ceño en el momento en el que la fricción de los cuerpos se volvía incontenible.
Sentí la respiración profunda pero apenas perceptible en tus labios maltratados por el frío. También las miradas horizontales que terminaban en beso en el hombro.
La forma de despeinar las inquietantes ondas de mi pelo, de mi frente a tu pecho y de mi boca a tu dedo pulgar. El índice para indicarte que era el momento de adivinarnos el color de los ojos tropezando con nuestras pestañas.

Echo de menos susurrar, morder, romper, insistir, descansar...
Entrelazar las manos por debajo de la almohada y enredar nuestras piernas hasta respirar en tu boca.

Y susurrar y humedecer.

Y empañar los cristales para no resquebrajarme y así ahuyentar el vaho y evitar la perpetuidad del reflejo. Las caricias se reanudan sólo en sueños.

16.9.12

L. 1991. Octubre. 27. 13:40. -

Desde las afueras del mundo era más díficil recordar. Portal, cocina, bañera, sofá y escaleras enroscadas en su propia altitud. Localizaba cada parte y la recogía en aquella vieja estantería de madera atendiendo siempre al año, el mes, el día, la hora, el minuto, el segundo...y la persona. Aquel rincón de cuidadosa organización se parecía más al paraíso de cualquier rata de biblioteca que a un cementerio de nombres para olvidar. La perfecta estructura de sus baldas en las que ni un vaso podría tenerse en pie, hacía temblar al mismísimo mundo de los melancólicos sin remedio. Desde abajo hacia arriba, podía encontrar una cronología de su incipiente vida amorosa. En contacto con sus pies, las cifras hablaban del 2005 y las separaciones entre secciones eran pequeñas aún. Siguiendo ese recorrido ascendente, los márgenes se hacían más amplios, las astillas de la madera más puntiagudas y el corazón empequeñecía. En la tercera balda, tan sólo dos conjuntos de palabras y números incomprensibles:

C. 2006. Enero. 31. 18:20 Portal.
A. 2007. Agosto. 3. 2:55. Pub sicodélico.

La estantería continuaba su recorrido. Ahora ya no había letra inicial, solamente lo que parecía un año y un lugar. ¿Un lugar de encuentro? ¿un lugar de recuerdo? ¿quizás de olvido? ¿un lugar de pasión?... Ella escogía el lugar rebuscando en la parte de su memoria que le complacía. La cuarta y quinta balda sólo contenían uno de estos conjuntos. Un espacio grande para olvidos costosos. La última balda ocupada llamaba poderosamente la atención. Ni una inicial, ni un año pero sí una gran ennumeración de localizaciones:

Casa. Acera. Sofá. Cocina. Cortina. Coctelería. Concierto. Coche. Bar. Bañera. Portal. Taxi. Plaza. Escalera. Metro. El quicio de nuestras camas.

Este último eslabón repleto de la vieja estantería estaba dedicado a uno de esos olvidos de díficil distracción. No había inicial porque el nombre no decía lo suficiente acerca de la persona. No había fecha porque sentía que aquellos versículos amorosos se expandirían en el tiempo. Sí había espacios porque lo cotidiano hace díficil el olvido y porque haber compartido aquello le había hecho apreciar lugares que siempre había pasado por alto. A menudo pensaba en redistribuir aquella estantería: eliminar el cementerio de nombres a olvidar y situar en su lugar a quien quería recordar siempre. La intención nunca había sido suficiente y quienes ocupaban un lugar en el cementerio de los olvidos eran también quienes merecían un espacio en su inventario vital. Comprendía que no podía separar lo bueno de lo malo ni hacer inútil lo que, en realidad, había servido para, al menos, sonreir. Así, la estantería debería seguir ocupándose porque sin ella nada habría valido la pena.


3.9.12

Puntos de ruptura

No es fácil empezar a escribir el final de las historias propias. La obación que cierra el espectáculo es, a menudo, hiel y miel como los miércoles. Es una obligación para colapsar el tráfico de sentimientos que contradicen mis ilusiones. Se trata de comenzar a olvidar aquel día en el que echabas por tierra mis pretéritos simples porque, sin cuestiones más profundas, tenía que ser así. 

Ya no seré la protagonista de un reencuentro de aeropuerto, de la humedad de nuestros impulsos ni del jugueteo de nuestras manos un año después. Nociones fílmicas no aptas para la vida real. Tú ya no serás testigo de la ternura que irradiaba mi sonrisa en las noches de invierno. Al  final de cada historia es razonable salir perdiendo un alto procentaje de pasión vital. Esa pasión que nos hacía parecer protagonistas de una película, desnudos frente al espejo. Por entonces, yo alcanzaba a ver tu alma reflejada y tú a intuir el rojo de mis cortinas.

Sí, esto es un adiós definitivo a las deudas que me debo y al tiempo que he invertido en tus recobecos. Esto es un adiós a la felicidad suprema de sentirte cerca. Adiós porque no quiero desearte ni la escarcha de la buena suerte.


Por los días en los que este rincón era parte de nuestra historia

1.9.12

Bol de cereales para dos

En el rincón de la casa en el que los vértices inspiran una nueva perspectiva. Allí, me rio a carcajadas tan fuerte que ya no escucho el roce de tus dedos. Porque me contaron una vez que la risa aniquilaba a los monstruos y con tu fría tregua silenciosa te haces parte de ellos. Es triste, lo sé. Pero somos nosotros los que nos enfrascamos en historias que no nos pertenecen, con el único fin de saciar esa curiosidad que, dicen, mató al gato.

Levanto la cabeza y diez centímetros más arriba diviso tu hipocresía, mirándome de frente y desafiando las leyes de la cordura. Sosteniendo mi barbilla para dar el último beso con sabor a cóctel, como el primero. Y no me merece la pena derrochar ternura en tus recuerdos. Aprieto los labios, disipo el beso, miro al suelo. Veo tus principios de papel pinocho. Moldeables con los meses y arrugados por mi rabia. Rabia, ese sentimiento tan absurdo y necesario cuando dejas de saber a qué olían los abrazos.

Sigo en el rincón de la casa en el que los vértices inspiran una nueva perspectiva. Aquí, me apetece escupirte toda esa rabia, desperdigar por tu cuerpo las palabras cortantes y retorcer tus miradas hasta que ambos caigamos desfallecidos. Hasta hoy he esforzado mis límites para rememorar los aplausos del teatro en noviembre y escuchar música del bajo Manhattan al pronunciar tu nombre. Supongo que las leyes universales de los finales semifelices tienen sus barreras, incluso para mí. 

Vivimos a base de comparaciones para superar las cribas ajenas y alejarnos, en lo posible, de esos monstruos que mueren al reir. Siempre acabamos cayendo de nuevo. Son cosas de la vida, supongo. Al decir "cosas de la vida" pienso en la hora del desayuno. Quiero decir que, por ejemplo, siempre me ha parecido muy curioso cómo la hora del desayuno se convierte en la hora de los pensamientos encubiertos. Me explico; quedarnos absortos día tras día leyendo las cantidades diarias recomendadas de copos de trigo mientras nuestra cabeza indaga otro corazón, otro cuerpo, otra reconstrucción, otra manera de ser, pensar...  Otras cantidades diarias recomendadas del bien merecido odio irracional...

3.7.12

Instinto de superdecadencia

Las malas noticias colapsan la programación radiofónica, televisiva, periódica y vital. El pesimismo nubla nuestras vidas, a menos que nos decantemos por el ritmo inconsciente del desenfreno sentimental. Nuestros ojos hablan de ruina y noches a media luz sintiendo el asfalto rústico bajo nuestros pies. Con esas piedras haciendo hincapié en nuestros cimientos, mantenemos nuestras cabezas erguidas para cruzar miradas con el resto. Ojos tristes, caras largas y sonrisas entreabiertas con cierta tendencia a ser cerradura sin candado. Las llaves...en el fondo del mar, al final del mundo o bien ocultas en los bolsillos traseros de un pantalón vaquero. Para hallarlas sobran el falso valor y las ganas de comerse el mundo. Falta la intención de amar y ya empieza a ser palpable el hambre insaciable del instinto.

11.6.12

Teatro pasados los 15...

"Un par de noches y un escalofrío"


La historia comenzaba así: sin protagonistas ni nombres propios. Sin fechas ni comentarios en voz en off. No había vencedores ni vencidos. Ni siquiera venganza, ni besos bajo luces de neón.

Había aniquilación de sentimientos primitivos, ¿muerte y destrucción? Tal vez.

Para el atrezzo, dos elementos indispensables: un libro de Benedetti sobre la mesilla de noche y un post it en la puerta.

El vestuario no era importante. Los dos cuerpos desnudos liquidarían las palabras del guión improvisado.

Las indicaciones para la interpretación no estaban acotadas. Se daba por hecho el instinto de los actores sin nombre. Ella lo quería. Él la deseaba. Sentimientos que superaban la ficción.

No había progresión narrativa lógica. En su lugar, un corte abrupto en lo que parecía el clímax que dejaba sin aliento al ávido espectador.

 ¿Y ahora qué?

...Condenados a repetir la misma historia en cada representación. Obligados a que los besos no se gastasen y las barbillas no se resintiesen. Él se afeitaba. Ella era dulce.
Dulzura que acechaba insatisfecha, cansada de los amagos de una relación que siempre culminaba en el vértice de una ventanilla.

En la historia no había vacaciones de verano. Sólo noches de invierno y un escalofrío. Y noches y noches....

...y noches

...noches

...no...

...ches.



(El recuerdo de esas noches)



28.5.12

El columpio dual de la esperanza

La paciencia es la peor de las virtudes. Quizás, hasta el mejor de los defectos. La paciencia conlleva la espera infinita de quien es paciente y, por lo tanto, la esperanza vacía de todo sustento.

Espera, esperanza.
Esperanza que espera.
Esperanza no espera.
 Esperanza con espera.
Espera sin esperanza.


¿Por qué esperanza y espera comparten el mismo comienzo?


Me he sentado a esperar en el lado de tu vida que me pertenece. A medio camino entre la boca que susurra y el hombro que despierta tu grandeza. Ahí estoy, columpiándome en el aro que pende de tu oreja como hacía tiempo atrás, justo antes de olvidarte. Desde ahí veo el mundo taciturno y velado que roza el lado derecho de tu rostro. Allí, la frustración ifinita me invade ante el paso del tiempo agresivo que oxida tus maneras al contacto con la piel.

Mantego la esperanza de volver a ver cómo se achinan tus ojos cuando te ries. Me temo que en seis meses la vida habrá dado tantas vueltas que, posiblemente, no deba esperar nada. Con mediocre esperanza te quedaste con el mejor papel de la función. Obviaste la espera de mi risa y ni siquiera necesitaste apelar a la esperanza. El tiempo de espera se hizo demasiado fácil entre tus pálpitos.

Por definición, la espera sin esperanza se hace imposible. Aunque la esperanza debería estar permitida sólo cuando la perspectiva negativa no nos avasalle. Y a mí me avasalla. Confundo la esperanza con la espera infructuosa. Y vuelta a empezar:

Espera, esperanza.
Esperanza que espera.
Esperanza no espera.
Esperanza con espera.
Espera sin esperanza.


¿Por qué esperanza y espera comparten el mismo comienzo?

...

10.5.12

Al otro lado de la complejidad

¡Qué maravilloso poder gritar por dentro y que nuestros ojos no explosionen en encuentros furtivos! Te doy las gracias por aparecer y mantener esa compostura que dice tan poco de nosotros. Te recuerdo. Y te recuerdo también que las fachadas existen más allá de los radiantes bloques de alguna calle de Madrid. Tu fachada y la mía.
 
¡Qué maravilloso que el mecanismo de una biela resulte más complejo que el intento de ser humanos...!

27.3.12

Cuando escogió ser genético

- ¡Buenas noches y buena suerte!

La delicada fantasía de alejarse lento, para que parezca que no duele cada milímetro de aire diseccionado una y mil veces por una cabeza pensante que ya no piensa...

Siempre pensó en disimular. Le encantaba saber que los demás aceptaban su habilidad de aparentar que no entendía o no quería entender. El mundo se tornaba grande y las relaciones humanas tan pequeñas que no merecía la pena sopesarlas con coherencia. Coherencia era la añadidura que le supliqué y, aún así, prefirió situarse en el umbral de ese aislamiento caprichoso.   

Y yo pensaba en él y desgranaba unos versos hechos a medida de mil argumentos, incluido el nuestro. Nunca entendió aquella costumbre que me hacía deparar en el contenido, ni yo su filia por atender a la forma. Las formas, sus formas, eran sublimes y, por eso, creí entender su parte. Faltó el interés en mi contenido.

Buenas noches en las que acaparé las pecas de su espalda. Noche a noche, hasta no dejar ni rastro. Cuando me hacía gritar tan fuerte que nos pitaban los oídos antes de dormir. Buena suerte porque dejé las pecas en su espalda y el eco en su almohada. Para la próxima inquilina de su abismo, pensé. El aire que desprendía se volvió plomizo sobre las formas de mi cuerpo y decidí echar a andar entre el desorden de las sábanas. Buenas noches, buena suerte, lo impronunciable y un beso en la mejilla mientras duermes -mi última acción-.

Otra vez esa taciturna sensación de que en sus momentos más conscientes me deseó buenas noches y buena suerte.

28.2.12

Ppo.

A las 7 comenzó a rodar lo que nunca debió...tener un eje de giro. En una mezcla explosiva de naranja y rojo que se superponían algunos centímetros por debajo del azul. El cielo era gris, rozando el negro a esas horas de un mes iNesperado. Y llovió antes, durante y después. Incluso a la mañana siguiente, el paseo marítimo seguía inundado y la humedad asistía a nuestra muerte con sonrisa, preciosa, por cierto.

17.2.12

Y tiras, porque te toca

No hay una mueca de lástima que dé por iniciado este juego. De ahí, que yo pierda el norte y elimine de forma inconsciente tu sur...Entre aquello que estamos dejando escapar, sólo hay un tablero repleto de pequeños cuadros bicolores y una fuerza centrípeta que me hace sentir extraña en esta prepartida que, como digo, aún no se ambienta con los acordes de introducción.
Pongamos que hoy te toca jugar con mi vida. Pongamos que te la doy entre las manos y junto tus dedos para que no se escurra y acabe manchando el suelo. Pongamos que avanzas con ventaja: tienes lo frágil, lo volátil y mi pequeña proporción de compromiso. Digamos que lanzas el dado y en lugar de un cubo de seis caras, te encuentras con una caída al vacío que finaliza de canto. Y el canto significa echar el freno, dejarme en la estacada y elegir otra vida inerte del tablero. Y tiras, porque te toca. No me refiero al turno de partida; hablo de tu forma de tirar hacia delante arrasando, si es preciso, con la esencia del juego. Pongamos que esta vez has fallado en tu respuesta y tu incrédula oponente aspira tu vida a la altura de los alfiles. Sospecha que te has dado cuenta de sus planes y depositas mi vida en el tablero a cambio de que mi piel no suplique el roce de la tuya. Pongamos que diriges la pieza azul y, por momentos, pareces más guapo. Pongamos, de todas formas, que recorres los cuadros del tablero y te quedas a un centímetro y medio de mis comisuras y a un giro picado de mi nuca.
Te motivas porque el premio final está cerca y ya has dejado atrás el lastre que suponía desgarrar un trocito de vida ajena. Pongamos que escuchas cómo se entrecorta la voz de quien está enfrente, mientras intenta pronunciar su rendición. Y piensa ahora en la confianza ciega y pongamos que encuentras una razón de ser para tu optimismo de rellano. Pongamos que marginas la debilidad de tu oponente y continúas el show. Llamas al resto de jugadores y sus manos encima del tablero echan por la borda de la mesa mi vida, que acaba manchando el suelo. Pongamos que te importa poco o mejor dicho, que ni siquiera te das cuenta. Pongamos que tu rival se agota y su rabia crece hasta derruir aquella ficha que habías conseguido situar al otro lado, a un centímetro y medio. Pongamos que jugar en blanco y negro hace que a ella le superen las ganas de alternar contigo y con cientos de cuerpos como el tuyo. Sin perder tu compostura consigues situar otra pieza inerte muy cerca del borde contrario y casi generas los latidos del premio final. Susurras tu victoria, a la vez que paladeas la despedida sin hacerte cargo de los posibles desperfectos. Pongamos que cae una lágrima. Pongamos, también, que sellas con el mejor de tus abrazos la estúpida madurez de la que haces gala. Pongamos que la perdedora no quiere volver a ver entre tus manos la vida que ahora yace desgarrada...Tú, pareces preferir partidas efímeras de ahora en adelante.
Finalizada tu maldita estrategia, el peón ha vuelto a acabar con la reina.

27.1.12

Nuestro

-Los veo. Pierden rasgos de su personalidad a cada instante que avanza resbaladizo, al compás de un grano de arena que parece no atravesar nunca la esbeltez de un reloj. Están morados, de quererse silvestres y agotados. Se creen exóticos porque redundan sus palabras en sorbos a media mañana descifrando un delicado souvenir. A veces, se piensan, sólo se piensan. Aunque la retórica hace que siempre se piensen a solas, entre la multitud e, incluso, se piensen a medias. Son responsables últimos del dictado de sus ojos encontradizos y del balbuceo que les hace perder la conciencia de lo que fluye. Anidan equivocados al filo de gargantas que no les corresponden. Retrasan las palabras que rozan las pestañas y desequilibran la estibilidad a la puerta del estómago. Se tornan cautivos frente a la neutralidad de una pantalla que no emite sonidos a menos que las lágrimas debiliten las conexiones. Parecen dudosos, desdibujando un presente futurista que no se aclara en la necesidad de un beso en los labios. Ahuyentan a los malos espíritus que amenazan las esquinas bien trazadas de su intermedio inexistente. Soportan la necesidad de fusión caótica gracias a las condolencias de otros ritmos frenéticos que tristemente alcanzan el extásis. Están desubicados dentro de la línea imaginaria que une silenciosa sus barbillas...

-Ellos son felices así, a pesar de perder, estar, creer, pensar, ser responsables, anidar equivocados, quedarse atrapados, dudar, ahuyentar, soportar y no encontrarse...

-¿Lo somos...?