¡Qué maravilloso poder gritar por dentro y que nuestros ojos no explosionen en encuentros furtivos! Te doy las gracias por aparecer y mantener esa compostura que dice tan poco de nosotros. Te recuerdo. Y te recuerdo también que las fachadas existen más allá de los radiantes bloques de alguna calle de Madrid. Tu fachada y la mía.
¡Qué maravilloso que el mecanismo de una biela resulte más complejo que el intento de ser humanos...!
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