¿Sabes lo que es sentirse siempre un reflejo de otro, una mera acompañante, el pilar en el que se sostienen, el miedo, la sensibilidad, la musa? Por suerte yo no lo sé y tú, que lees esto, probablemente tampoco. Habría que preguntarle a Simone de Beauvoir, Violette Leduc, Emily Davison, las sufragistas británicas y tantas y tantas mujeres que lucharon porque hoy nos sepamos independientes, capaces e iguales.
La película Sufragistas muestra la lucha de esas mujeres que a principios del siglo XX vivían por y para sus familias, no tenían ninguna autoridad sobre sus propios hijos, trabajaban en condiciones infrahumanas y se veían obligadas a que sus vidas discurriesen sin pena ni gloria. Ellas que lucharon durante años por conseguir el derecho a votar, que no es más ni menos que el derecho a decidir sobre lo que queremos para nuestras vidas. Casi nada.
Impacta saber que en países que consideramos del primer (o primerísimo) mundo como Suiza, las mujeres no pudieron acudir a las urnas hasta la década de los 70. Y es que en un contexto en el que ni tú misma puedes decidir quiénes te gobiernan, qué difícil tuvo que ser sacar fortaleza y garra para ponerse el mundo por montera y decir ¡BASTA! Basta en un momento en el que otras mujeres podían llamarte 'zorra' o 'puta', entre otras lindezas, por el simple hecho de defender tus derechos y los suyos, dicho sea de paso.
Una realidad increíble que sigue teniendo su reflejo en la sociedad actual: en esas personas, hombres y mujeres, que dicen no ser feministas. "Yo soy humanista, no feminista", declaró en una entrevista Meryl Streep hace tan solo unas semanas. ¿Humanista de qué? Por evitar una etiqueta, mal entendida por muchos, prefieren decir que no son feministas, que no se unen a ese grupo de 'histéricas' que quieren acabar con el género masculino... (entiéndase la ironía)
Pero, por favor, ¿saben realmente lo que significa ser feminista? Buscar igualdad, admirar a quienes se dejaron la vida por ganarse algunos de nuestros derechos fundamentales, respetar a nuestras abuelas que vivieron la más injusta de las desigualdades...
Ser feminista es, en mi opinión, rendir un tributo a la justicia y darse cuenta de que aún existe una brecha salarial entre hombres y mujeres en la empresa privada. Es comprender que no hay rosas ni azules, ni Barbies ni coches. Ser feminista es educar en la igualdad y es ser consciente de que nadie que nos ame nos puede faltar al respeto. Ser feminista es saber que faltan mujeres en los puestos directivos en las empresas y que es una vergüenza que un gobierno paritario aún siga siendo noticia. Ser feminista es lamentar que solo 14 mujeres hayan ganado el Premio Nobel de Literatura y que en tantos países se obligue a vestir con burkas o hiyabs. Ser feminista es sentir la presión del techo de cristal y saber que un embarazo aún puede poner en peligro tu puesto de trabajo. Ser feminista es querer decidir sobre nuestros cuerpos. Ser feminista es tener el alma desgarrada por las mujeres que mueren víctimas de la violencia machista...
Ser feminista es, en definitiva, ser consciente de lo que otras lucharon y de lo que aún nos queda por hacer.
Yo soy feminista. Y lo digo sin letra pequeña.
A veces, tomar el Sol quema demasiado, como ocurre al escribir sobre los típicos tópicos. A veces, sólo a veces, tomar la Luna o escribir sobre lo incomprensible resulta menos problemático y más estimulante. O eso dicen…
22.12.15
22.11.15
Balcones de domingo
No necesariamente las vistas al mar o la montaña son mis preferidas. La mayor parte de las veces me decido por el asfalto y los tejados que se ven desde mi balcón. Porque es ahí, en lo más alto de un edificio de la Calle Toledo, donde han empezado algunas de las historias más emocionantes de mi vida en los últimos años.
Esos inicios se parecen bastante a alguna película: una pareja habla tranquilamente en el balcón, ambos fuman e intercambian sonrisas cómplices sin dejar de mirar al cielo que se antoja infinito ante ellos. Y es que, con Madrid ahí, los ventanales de madera dejan de existir, no se escucha tampoco esa ambulancia frenética e, incluso, dejan de pelear los dos borrachos que lo hacen por costumbre. De forma imperceptible, uno se gira y la otra lengua busca su espacio y se produce la explosión que llevará a una cama sin retorno.
A la mañana siguiente, el balcón sigue ahí y, ¡qué maravilloso es que el barullo de los domingos te despierte con olor a café y buena compañía! Y es que este balcón ha visto tanto de mí, de mi intimidad, de mis frustraciones, mi orden y manías que más que un medio de contacto con el exterior, ya se ha vuelto una forma de explorar mis batallas y mi piel.
Este rincón de mi vida que lo mismo seduce que atrapa. Lo mismo ahuyenta telarañas que sirve de casa a las palomas. Este espacio tan mío, tan nuestro, de tantas almas que habrán pasado y pasarán por aquí. Este lugar, este hogar en el que te puedes sentir tan sola y al instante siguiente tan acompañada por los cuatro millones de habitantes que se agolpan en esta ciudad.
Este balcón que me ha regalado tantas instantáneas de domingos con luz de invierno y de sofocantes noches de agosto. Este balcón que invita al amor, a ceder el aliento, a estallar la vida sin importar la carcajada que resuene a mi lado. Este pequeño espacio forjado, pequeño, romántico...
7.11.15
Como un paraguas que siempre se olvida...
Llovía de forma incesante y no era solo en la calle, también ocurría en mi vida. Llovía de una manera atropellada, irremediable y apasionada, como las idas y venidas de mis impulsos. Y ahí estabas tú, como ese paraguas que sin querer se olvida en el paragüero o aparece por sorpresa bajo las butacas rojas de un cine de los de toda la vida. Un descubrimiento de esos que disgustan al distraído y le dan la vida al poco precavido. Uno de esos como tú.
La verdad es que contradiciendo el dicho, tú sí lloviste a gusto de todos. A gusto de todos y a la medida de ninguno. Así eres tú. Escurriéndote como la lluvia que salpicaba nuestra nariz e interrumpía coqueta cualquier beso. Puede que nunca te lo haya dicho pero me gustan tus modos serpenteantes desde el día lluvioso en el que te conocí. Esa lluvia que propició el primer abrazo me hizo quererte así: chispeante e intermitente. Desde aquella primera mirada, comenzaste a llover a mi gusto y te quedaste aquí sin llegar a estar nunca del todo, como ese paraguas que siempre se olvida.
15.10.15
De malcarados y malqueridos está el mundo lleno
Hoy he vuelto a encontrarme con una de esas personas que tiene la capacidad de sacar lo peor de mí tras la primera toma de contacto. Quienes me conocen saben que me cuesta un mundo odiar y que, para mí, todo el mundo merece la pena hasta que me demuestren lo contrario. El problema surge cuando la 'demostración de habilidades' llega en el minuto uno de la conversación. Así, casi sin saber cómo ha ocurrido, tienes un malcarado o una malcarada cerca de ti.
Por eso, no podía dejar pasar un día más sin dar las gracias a esas personas que lo dicen todo con su gesto siniestro y atravesado. Hoy ha sido uno de esos días en los que solo me apetece escupir odio sobre esos seres (no merecen otra apreciación) que, sin conocer, juzgan. Están ahí, siempre. Con cara de deber la vida y remover pócimas de bruja en sus ratos libres. Puedes encontrártelas al cruzar la calle, al ir a correos o en alguna esquina de tu vida, dispuestas a arruinar cualquier ademán de simpatía que se les cruce por el camino.
Son ególatras y egoístas a partes iguales. Pero no hablamos de un ego positivo, de ese que invita a hablar de uno mismo y creerse el centro del universo. Al final, aquéllos que sufren esta 'sobreestima' me provocan más lástima por ellos mismos que por las repercusiones que puedan tener en las vidas ajenas. Sin embargo, los seres que hoy nos ocupan, los malcarados, son capaces de contagiar su frustración, desgana y apatía en solo un par de minutos. Así de fácil y sin cómodos plazos.
A ellos, gentes desagradables del mundo, les digo hoy que busquen cariño y dejen los malos gestos para quienes se los quieran aguantar, porque yo renuncio. Lo siento, pero me caigo de su barco de mentes inestables y gestos miserables. Yo, que soy de esas personas a las que una mala contestación le remueve las entrañas, decido que no entro en este juego y que no pienso dormir intranquila porque exista más gente como ellos acechando la felicidad del resto.
Gentes desagradables del mundo, les invito a que disfruten con su trabajo, a que busquen amigos con los que emborracharse sin que haya un por qué, que se muestren predispuestos a una alegría para el cuerpo de vez en cuando y, sobre todo, que aprendan a quererse a sí mismos.
Malcarados y malqueridos del mundo, hoy acabaría con todos vosotros de una forma lenta y dolorosa. Sin compasión.
24.8.15
Una persona de mundo
El momento en el que la burbuja explotó. Octubre de 2012. Casa de acogida Fundación Renacimiento en México D.F
Ser persona de mundo. Ser y no simplemente parecerlo.
Si alguien me preguntase por qué quiero que me recuerden, diría eso: por ser una persona de mundo. Porque, sin duda, ser consciente de lo que existe a nuestro alrededor nos hace más emocionales y empáticos, dos requisitos fundamentales para hacer humanas a las personas.
Cuando una ve de cerca lo que es la miseria real, se estampa de golpe y porrazo con las personas insulsas en las que nos hemos convertido: quejicas empedernidos y conformistas, sin luces ni miramientos. Mirarse el ombligo resulta tantas veces contraproducente... No solo para uno mismo como persona sino para todos los que nos rodean. No salir de nuestro espacio de confort nos llena el pecho de una falsa fortaleza que se evapora como el helio de los globos. Cuando nos sentimos tan cómodos que no somos capaces de sacar la cabeza por el balcón del mundo que se abre ante nosotros, simplemente no sabemos tratar al resto.
Creo que algún día fui así, insulsa elevada a la máxima potencia. Y casi sin darme cuenta, me cambió la vida. Entendí lo sencillo que resulta salir airosa si todo lo que tenemos a nuestro alrededor simplemente funciona, como el estribillo de una canción del verano. Todo era y transcurría por el buen camino sin cuestión ni demora. Pero un día algo se cayó: la burbuja explotó por la mirada de un chico de dieciséis años que apenas sabía leer. Entonces lloré, lloré durante horas sintiéndome tan estúpida que ya nunca más puedes mostrarme indiferente ante lo que sucede en el mundo.
Pensé en lo perra que es la vida y en que cuando en el colegio nos decían que teníamos que sentirnos agradecidos por el lugar en el que habíamos nacido, posiblemente ni siquiera aquella profesora era consciente de todo lo que había que agradecer. Y como ella, cuánta gente desaprovechando esa suerte de vida que por una simple cuestión de azar, fue a parar a nuestras manos.
Desde luego, no me siento en superioridad moral como para juzgar a quien no quiere asomar su mano por la ventanilla mientras conduce. Allá cada cual y su propio ombligo. Solo creo que de vez en cuando es maravilloso tener la oportunidad de escapar hacia eso que llaman tercer mundo y que en cuestiones humanas le da un par de vueltas a este que consideramos primero.
Porque no hay conversación interesante si no se transcienden los límites de los dos implicados. No hay una charla que valga la pena si no hay un persona de mundo tratando de ir más allá.
18.8.15
No sois todos iguales y yo lo sé
Te veo acariciar su mejilla y en la fracción más pequeña de tiempo que pueda existir, vuelves a desgarrarme como bien sabías hacer. Después de todo, creo que en el mundo hay dos tipos de personas: las que a pesar de no saber amar tienen el mundo a sus pies y las que sobrevivimos, a pesar de saber amar y fracasar a partes iguales.
En los últimos días me he convencido de que tú formas parte del primer tipo y, como en casi todo, en esto también resultamos incompatibles. Dejarte atrás fue una de las mejores cosas que pude hacer en la vida y lo digo sin ningún miedo a equivocarme. Al fin y al cabo, tú nunca entenderás por qué te escribo ni cuál es la dimensión del odio que siento por ti.
Muchas conversaciones con amigas (¡qué grande es poder contar con ellas en estos momentos!) me han hecho ver que formas parte de ese grupo de capullos que asolan la humanidad desde que el mundo es mundo. Además de las valoraciones de quienes nos quieren y nos hacen la vida más fácil, hace tiempo que sigo las ilustraciones de Moderna de Pueblo, unas viñetas hechas con mucho humor y sabiduría, de esa que aumenta con las relaciones y las frustraciones. Hablan de ti y también de él. De aquel imbécil que dejó tirada a una amiga cuando menos lo esperaba o aquel retrógrado que sin educación ni sentido común se dedicó a retozarse con otra delante de mí. En cierto modo, sentirnos identificadas con esas ilustraciones nos hace sentir algo menos tontas y mucho más seguras de nosotras mismas. Y eso no es cualquier cosa.
A pesar de todo, llevo mucho tiempo negándome a caer en el cliché de que todos los hombres son iguales. En primer lugar, porque como mujer estoy harta de los estereotipos y remilgos absurdos que pasan de generación en generación y cuentan barbaridades sobre nosotras. En segundo lugar, porque los hombres extraordinarios existen y yo he tenido la suerte conocerlos. Hombres capaces de dar todo de sí mismos y, sobre todo, capaces de mimar, amar y hacer el amor como si se les fuese la vida en ello.
Supongo que igual que para encontrar tu hueco en el mercado laboral tienes que dar varios tumbos -más aún en el momento en el que nos encontramos-, también tienes que hacerlo para dar con ese hombre que aborrezca tanto como tú a los capullos que abundan en su especie. Puede que no sea él el hombre de nuestra vida pero, a buen seguro, irá al cine con nosotras, entenderá que nuestra vida sea escribir, viajaremos al fin del mundo con él, nos acompañará en las tardes más tontas al supermercado y podremos compartir con él nuestra vida sin miedo a perderle de vista cuando baje a por tabaco.
Porque, mujeres del mundo, hay que saber valorarse y desterrar de nuestro lado a quien nos desgarra para evitar, en la medida de lo posible, perpetuar las huellas de sus manos en nuestra piel. Puestos a elegir, prefiero perderme en las manos de los no capullos, que sé que ellos, los hombres extraordinarios, tienen la clave para hacerme feliz.
14.6.15
La espera
Vía 2. Y antes de bajarse del tren, ella buscó en el reflejo de la ventanilla la perfección del carmín de sus labios. Bajó la mirada, corroboró sus calcetines y se ajustó aquella cinturilla de avispa por la que no tenía demasiado aprecio. Sintió que respiraba muy fuerte, que sus manos sudaban más de lo normal y que sus piernas flaqueaban entre una multitud con prisas y sin alma. Sin maleta, ni bolso, ni reloj, ni ropa. Libre de equipaje como quien se enfrenta, después de un baile, a la vida.
(Después de ver uno de los reencuentros más bonitos de mi vida, imaginé la espera de esa pareja que no podía dejar de amarse en el andén de una estación de tren.)
Puso sus pies fuera de aquel amasijo de hierros y la risa nerviosa se apoderó de su rostro. ¿Y si él la estaba observando desde algún lugar de la estación? ¿Y si era demasiado palpable el manojo de nervios en el que se había convertido? ¿Y si no pudiese reprimir el poderoso deseo de su cuerpo? Todas aquellas preguntas se habían agolpado en su cabeza durante el trayecto en tren pero ahora de repente se acumulaban en su garganta y le provocaban nauseas.
Comenzó a mirar hacia todos los lados. Él estaría tan guapo como lo recordaba o quizás ni siquiera se hubiese acordado de ir a la estación a buscarla. La negatividad inundaba sus emociones en uno de cada dos pálpitos. Tembló, se frotó las manos, respiró hondo y sintió cómo en su cuerpo se acumulaban las ganas de amar.
Finalmente, él llegó y ella lloró. Con esas lágrimas que dicen "aquí y ahora". La estrujó contra su pecho, le desgastó los labios, repasó sus mejillas y reconoció el placer en sus rincones. La espera había terminado y, en lugar de ser felices y comer perdices, prefirieron besarse como en las películas y quererse como en las canciones, como decía aquel poema de Luis Alberto de Cuenca.
16.5.15
Loving you is exhausting
"Todo esfuerzo tiene su recompensa", nos decían. Y nos esforzábamos, esforzábamos nuestros límites sin importar si era por placer, inquietud o un simple intento de huida hacia adelante. Crecimos reprochándonos a nosotros mismos no estar al 100%, no dejarnos la piel en cada suspiro y, sobre todo, que el tiempo no hubiese hecho de nosotros aquella mujer o aquel hombre ejemplar que nunca se cansaría de comerse el mundo.
Prohibidas las tristezas, las melancolías, los gin tonics nostálgicos y los viajes al pasado. Anteojeras para no ver qué sucede alrededor. Anteojeras que nos libren de los sueños, del amor, del placer, de la felicidad infinita de solo ser.
Crecimos en un teatro de ambiciosos sin alma. Sin embargo, algunos en lugar de prestar atención al escenario, nos quedábamos absortos en aquellos sueños que nos invitaban a una vida de equilibrismo. ¿Me llamas ilusa porque tengo una ilusión? A mí, que me mintieron hasta desgarrar, la ilusión es lo que me queda. Lo que pervive después de escuchar tantas veces que había que formarse, hablar idiomas, escribir, destacar por nuestra oratoria y también ser amable, amigo de tus amigos e hijo ejemplar... Y de nuevo, como en ciclo sin fin, todo esfuerzo tendría su recompensa.
Caímos en el error de creer que lo difícil era siempre lo mejor, que no existían conversaciones banales y que hablar de cine de autor nos haría mejores o, al menos, más bohemios. ¿No conoces a Truffaut? ¡Pues no te ajunto! Nos hicimos mayores en un patio de colegio en el que importaba más parecer que llegar a ser.
Llegamos a pensar que vivir sería agotador. Un camino sin asfaltar en el que más valdría buscarse compañía si queríamos salir airosos. Por supuesto, en el amor también todo lo difícil era lo mejor: nos lo enseñaron las películas y las canciones y, aunque Sabina nos puso los pies en la tierra, lo cierto es que amar resultaba aún muy complicado. El amor eran palabras, muchas palabras pero, al final, se convertía en un sentimiento muy de barrio, en algo que nos hacía a todos iguales, una desnudez tibia, como de andar por casa.
Hubo un tiempo en el que el amor me dejaba en los huesos. Me agotaba. Sí, quererte me parecía algo agotador. Y entonces, parafraseé: "todo esfuerzo tendría su recompensa". Que sería yo, no tú. Que algo habría hecho mal si no te habías quedado conmigo. Y me esforcé por gustar más al resto y me olvidé de mimarme más a mí.
Después, toda aquella pantomima terminó y recordé que yo era de las que soñaba y no miraba al escenario. Que no me hacía falta tanto esfuerzo para ser feliz, que solo quería ser y,aunque quererte estaba bien, no era yo la que iba a dejar su vida por ti. Que yo no me canso y que siempre guardo el último suspiro para mí.
26.4.15
Pánico a ti, conformismo
Pánico a lo estático, lo cómodo, lo práctico.
Pánico a ti.
Me gusta soñar que tengo alas y plumas para volar y escribir, para viajar allá donde haya una puntada de ilusión esperándome, para no dejar de reír y, sin artificios, deslumbrarte.
Pánico a la mentira, los simples, la envidia.
Pánico a ti.
Un manostijeras recortando vidas y ensuciando cuerpos, oxidando mis recovecos con una media sonrisa de galán que aspira a las suelas de los zapatos de sus semejantes.
Pánico a la falta de empatía, de hambre, de mundo.
Pánico a ti.
Creo en el insomnio como la droga necesaria para pensarte, el elixir imprescindible para imaginar lo ridículo de llorarte. El tiempo muerto para el placer de romperme sobre tus piernas.
Pánico al tiempo, al verano, a los pájaros en mi cabeza.
Pánico a ti.
Dejo las llagas en la piel abiertas al viento para que cicatricen, para que se acostumbren al aire contaminado de esta ciudad y nunca más vuelvan a desear vida de campo y pueblo.
Pánico a la rutina, la costumbre, la monotonía,
Pánico a ti.
Pánico a esa manera de arruinarte la vida, de mantenerte perenne sea la época del año que sea. Pánico a esa vida que no busca vivirse, sino simplemente discurrir. Pánico a que exista tanta gente como tú, incapaz de soñar más alto, respirar más fuerte y chillar cuanto sea necesario.
...Pánico al conformismo.
Pánico a ti.
Me gusta soñar que tengo alas y plumas para volar y escribir, para viajar allá donde haya una puntada de ilusión esperándome, para no dejar de reír y, sin artificios, deslumbrarte.
Pánico a la mentira, los simples, la envidia.
Pánico a ti.
Un manostijeras recortando vidas y ensuciando cuerpos, oxidando mis recovecos con una media sonrisa de galán que aspira a las suelas de los zapatos de sus semejantes.
Pánico a la falta de empatía, de hambre, de mundo.
Pánico a ti.
Creo en el insomnio como la droga necesaria para pensarte, el elixir imprescindible para imaginar lo ridículo de llorarte. El tiempo muerto para el placer de romperme sobre tus piernas.
Pánico al tiempo, al verano, a los pájaros en mi cabeza.
Pánico a ti.
Dejo las llagas en la piel abiertas al viento para que cicatricen, para que se acostumbren al aire contaminado de esta ciudad y nunca más vuelvan a desear vida de campo y pueblo.
Pánico a la rutina, la costumbre, la monotonía,
Pánico a ti.
Pánico a esa manera de arruinarte la vida, de mantenerte perenne sea la época del año que sea. Pánico a esa vida que no busca vivirse, sino simplemente discurrir. Pánico a que exista tanta gente como tú, incapaz de soñar más alto, respirar más fuerte y chillar cuanto sea necesario.
...Pánico al conformismo.
21.3.15
Esa aventura vital que es olvidar
El olvido es dejar de recordar y hacernos nudos en los cordones para retener el tiempo. Es navegar en aguas que no nos pertenecen y perder el rumbo que algún día tuvimos claro. Olvidar es dejar caer al vacío los veranos en la playa y la adolescencia de piscina. Es el alzheimer comiéndose la vida a mordiscos mientras el mundo sigue intacto.
Olvidar es no saber qué hay más allá de la zona de confort que nos vio nacer. Es ignorar, despreciar y pensar que ahí fuera nada duele. Olvidar son niños con armas y sin libros. Son sueños de inmigrantes y cuatro millones de parados haciendo cola cada mañana. Olvidar es tantas y tantas veces la consecuencia de prometer, que ya estoy exhausta.
Olvido es México sin Frida. Es el amor sin sexo (quizás también el sexo sin amor, quizás...), un beso sin lengua, una vida sin el dichoso whatsapp. Olvidar es traicionar sin saber, son llantos en las noches de verbena y amores de verano que no tienen tiempo de envejecer. Olvido es ver que pasan los años y noviembre siempre es noviembre, como febrero siempre duele y agosto a veces desgarra. Olvidar es soñar con un cantautor cobarde.
El olvido es mi ciudad tanto tiempo después. Aquel banco que anticipaba amor y aquel kiosco verde que prometía momentos inolvidables. Olvidar es saber que la mancha de la mora es morada y que el tiempo está hecho para reír. El olvido son las fechas sin calendario y las sobremesas con caricias. Una botella de vino y palillos chinos para perpetuarnos en el tiempo. Olvido es temer ser víctima, esclava o depredadora. El que olvida y el olvidado: ellos son olvido.
Olvidar es terapia de grupo con un desamor a los 15 y también es la noche de copas después de romper con el amor de tu vida. Olvido es pensar que existen los príncipes azules y los sapos convertibles. Olvidar es que seas tú mi amor, tan perfecto que no te puedo dejar de mirar. El olvido es León estrenando la primavera y yo... Yo con estos pelos. El olvido es rutina, monotonía, instinto y valentía.
Y aunque no me lo contaron, ahora descubro que de olvidar va la vida: de olvidarnos de nosotros para recordar a los demás y de olvidar a los demás para no dejar de pensar en nosotros. Olvido soy yo y es estar perdidamente enamorada. El clavo que saca a otro clavo y esa pescadilla que siempre se muerde la cola... ¡Todos al olvido!
Olvidar es no saber qué hay más allá de la zona de confort que nos vio nacer. Es ignorar, despreciar y pensar que ahí fuera nada duele. Olvidar son niños con armas y sin libros. Son sueños de inmigrantes y cuatro millones de parados haciendo cola cada mañana. Olvidar es tantas y tantas veces la consecuencia de prometer, que ya estoy exhausta.
Olvido es México sin Frida. Es el amor sin sexo (quizás también el sexo sin amor, quizás...), un beso sin lengua, una vida sin el dichoso whatsapp. Olvidar es traicionar sin saber, son llantos en las noches de verbena y amores de verano que no tienen tiempo de envejecer. Olvido es ver que pasan los años y noviembre siempre es noviembre, como febrero siempre duele y agosto a veces desgarra. Olvidar es soñar con un cantautor cobarde.
El olvido es mi ciudad tanto tiempo después. Aquel banco que anticipaba amor y aquel kiosco verde que prometía momentos inolvidables. Olvidar es saber que la mancha de la mora es morada y que el tiempo está hecho para reír. El olvido son las fechas sin calendario y las sobremesas con caricias. Una botella de vino y palillos chinos para perpetuarnos en el tiempo. Olvido es temer ser víctima, esclava o depredadora. El que olvida y el olvidado: ellos son olvido.
Olvidar es terapia de grupo con un desamor a los 15 y también es la noche de copas después de romper con el amor de tu vida. Olvido es pensar que existen los príncipes azules y los sapos convertibles. Olvidar es que seas tú mi amor, tan perfecto que no te puedo dejar de mirar. El olvido es León estrenando la primavera y yo... Yo con estos pelos. El olvido es rutina, monotonía, instinto y valentía.
Y aunque no me lo contaron, ahora descubro que de olvidar va la vida: de olvidarnos de nosotros para recordar a los demás y de olvidar a los demás para no dejar de pensar en nosotros. Olvido soy yo y es estar perdidamente enamorada. El clavo que saca a otro clavo y esa pescadilla que siempre se muerde la cola... ¡Todos al olvido!
15.3.15
Mujer y puentes y hombres y puentes
La vela de sándalo se consume mientras avanzan las horas de este domingo inmenso. Se mezclan los olores en la sobremesa, entre el té de canela y ese cigarro a medio fumar. Se apagan las risas con esa facilidad que tienen los días nublados de aislar cualquier pensamiento positivo. Mientras, te abrazo en este sofá tan nuestro, te muerdo los hombros, me araña tu barba y me dan la vida tus manos. Pero es domingo y son solo recuerdos.
Vuelvo al domingo de sándalo, al sofá solitario, a los calcetines polares y las ganas de sentirte. Y te siento donde no quiero: en la piel de otra, en su merienda, enredando en su ropa interior. Planeas cenas románticas en ese restaurante griego que te enseñé, pero con ella. Ríes, miras, follas, pero siempre con ella. O con otras y con ella. Eres tan feliz como no te mereces.
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