18.8.15

No sois todos iguales y yo lo sé

Te veo acariciar su mejilla y en la fracción más pequeña de tiempo que pueda existir, vuelves a desgarrarme como bien sabías hacer. Después de todo, creo que en el mundo hay dos tipos de personas: las que a pesar de no saber amar tienen el mundo a sus pies y las que sobrevivimos, a pesar de saber amar y fracasar a partes iguales.

En los últimos días me he convencido de que tú formas parte del primer tipo y, como en casi todo, en esto también resultamos incompatibles. Dejarte atrás fue una de las mejores cosas que pude hacer en la vida y lo digo sin ningún miedo a equivocarme. Al fin y al cabo, tú nunca entenderás por qué te escribo ni cuál es la dimensión del odio que siento por ti.

Muchas conversaciones con amigas (¡qué grande es poder contar con ellas en estos momentos!) me han hecho ver que formas parte de ese grupo de capullos que asolan la humanidad desde que el mundo es mundo. Además de las valoraciones de quienes nos quieren y nos hacen la vida más fácil, hace tiempo que sigo las ilustraciones de Moderna de Pueblo, unas viñetas hechas con mucho humor y sabiduría, de esa que aumenta con las relaciones y las frustraciones. Hablan de ti y también de él. De aquel imbécil que dejó tirada a una amiga cuando menos lo esperaba o aquel retrógrado que sin educación ni sentido común se dedicó a retozarse con otra delante de mí. En cierto modo, sentirnos identificadas con esas ilustraciones nos hace sentir algo menos tontas y mucho más seguras de nosotras mismas. Y eso no es cualquier cosa.

A pesar de todo, llevo mucho tiempo negándome a caer en el cliché de que todos los hombres son iguales. En primer lugar, porque como mujer estoy harta de los estereotipos y remilgos absurdos que pasan de generación en generación y cuentan barbaridades sobre nosotras. En segundo lugar, porque los hombres extraordinarios existen y yo he tenido la suerte conocerlos. Hombres capaces de dar todo de sí mismos y, sobre todo, capaces de mimar, amar y hacer el amor como si se les fuese la vida en ello.

Supongo que igual que para encontrar tu hueco en el mercado laboral tienes que dar varios tumbos -más aún en el momento en el que nos encontramos-, también tienes que hacerlo para dar con ese hombre que aborrezca tanto como tú a los capullos que abundan en su especie. Puede que no sea él el hombre de nuestra vida pero, a buen seguro, irá al cine con nosotras, entenderá que nuestra vida sea escribir, viajaremos al fin del mundo con él, nos acompañará en las tardes más tontas al supermercado y podremos compartir con él nuestra vida sin miedo a perderle de vista cuando baje a por tabaco.

Porque, mujeres del mundo, hay que saber valorarse y desterrar de nuestro lado a quien nos desgarra para evitar, en la medida de lo posible, perpetuar las huellas de sus manos en nuestra piel. Puestos a elegir, prefiero perderme en las manos de los no capullos, que sé que ellos, los hombres extraordinarios, tienen la clave para hacerme feliz.


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