Hoy he vuelto a encontrarme con una de esas personas que tiene la capacidad de sacar lo peor de mí tras la primera toma de contacto. Quienes me conocen saben que me cuesta un mundo odiar y que, para mí, todo el mundo merece la pena hasta que me demuestren lo contrario. El problema surge cuando la 'demostración de habilidades' llega en el minuto uno de la conversación. Así, casi sin saber cómo ha ocurrido, tienes un malcarado o una malcarada cerca de ti.
Por eso, no podía dejar pasar un día más sin dar las gracias a esas personas que lo dicen todo con su gesto siniestro y atravesado. Hoy ha sido uno de esos días en los que solo me apetece escupir odio sobre esos seres (no merecen otra apreciación) que, sin conocer, juzgan. Están ahí, siempre. Con cara de deber la vida y remover pócimas de bruja en sus ratos libres. Puedes encontrártelas al cruzar la calle, al ir a correos o en alguna esquina de tu vida, dispuestas a arruinar cualquier ademán de simpatía que se les cruce por el camino.
Son ególatras y egoístas a partes iguales. Pero no hablamos de un ego positivo, de ese que invita a hablar de uno mismo y creerse el centro del universo. Al final, aquéllos que sufren esta 'sobreestima' me provocan más lástima por ellos mismos que por las repercusiones que puedan tener en las vidas ajenas. Sin embargo, los seres que hoy nos ocupan, los malcarados, son capaces de contagiar su frustración, desgana y apatía en solo un par de minutos. Así de fácil y sin cómodos plazos.
A ellos, gentes desagradables del mundo, les digo hoy que busquen cariño y dejen los malos gestos para quienes se los quieran aguantar, porque yo renuncio. Lo siento, pero me caigo de su barco de mentes inestables y gestos miserables. Yo, que soy de esas personas a las que una mala contestación le remueve las entrañas, decido que no entro en este juego y que no pienso dormir intranquila porque exista más gente como ellos acechando la felicidad del resto.
Gentes desagradables del mundo, les invito a que disfruten con su trabajo, a que busquen amigos con los que emborracharse sin que haya un por qué, que se muestren predispuestos a una alegría para el cuerpo de vez en cuando y, sobre todo, que aprendan a quererse a sí mismos.
Malcarados y malqueridos del mundo, hoy acabaría con todos vosotros de una forma lenta y dolorosa. Sin compasión.
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