18.6.13

Certidumbres

Para serte sincera, te hubiese querido por los siglos de los siglos, sin amén que pusiese fin a todo. Hubiese permanecido perenne lejos de tus raíces, como los árboles de invierno. Hasta que el cielo se nos desvaneciese encima de las copas y nos removiese las entrañas. Si tan sólo un resquicio de ti me hubiese dado alas para reinventarte, no hubieses echado raíces en otro cuerpo.

Sinceramente tuya,


Laura

28.5.13

Con la vida por delante

Esta mañana de abril nos despierta con noticias sobre un país que se desmorona. A las 9:00, otra vez casos de corrupción política y “monárquica”. Tan sólo cinco minutos después,  imágenes de los jóvenes que protestan por los recortes en una educación que ha resultado ser pasaporte internacional.  A las 9:15, les toca el turno a nuestros mayores acuciados por unos recortes que amenazan la estabilidad de sus días. A continuación, las colas a las puertas del INEM aumentan y las mujeres no están dispuestas a volver a la clandestinidad por decidir sobre su cuerpo. La sanidad pública al borde de la privatización y en dos minutos más, el momento de las familias a las que la crisis ha robado un techo bajo el que cobijarse. Acto seguido, cientos de personas que protestan a las puertas de las “quintas” residencias de quienes roban a la crisis. Y así, vuelta a empezar cada mes de abril desde hace cinco años.

No hablo desde la voz de una experta en economía ni tanteo a ciegas soluciones a esta crisis que cuestiona la vida de los españoles. Obedecer a los poderosos para que nos saquen de la ciénaga en la que ellos mismos nos han hundido, resulta la mayor de las paradojas. Y entre paradojas, metáforas y demás mentiras retóricas ellos nos hicieron parte de esto y nos dieron esperanzas para dejar de esperar poco tiempo después. Y ahora, como joven, recuerdo las palabras del poeta Jaime Gil de Biedma: “como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante.” ¿Qué queda de esa esperanza para comerse el mundo? Recuerdo cómo llegué hace cuatro años a Madrid, como si de la persecución del gran sueño americano se tratase. Ahora me pregunto de qué habrá servido el esfuerzo económico de mis padres y de los padres de tantos otros. En aquellos días de septiembre de 2009, algún profesor anticipó que la crisis del periodismo y del mundo audiovisual no nos alcanzaría. Hoy por hoy, intentamos que no nos alcance corriendo marcha atrás con el cronómetro avanzando cada vez más rápido. Y sí, nos ha alcanzado y tenemos que inventar nuevas consignas con las que impulsarnos.


En este sentido, el escritor y economista José Luis Sampedro, recientemente fallecido, mostraba en varias entrevistas  su esperanza en los jóvenes españoles y en su talento. Hablaba de una generación llena de inteligencia y valores, a pesar de la falta de ejemplo que los altos cargos les impregnaban. Yo veo el reflejo de sus palabras en mis compañeros, en mí. En la ilusión con la que muchos llenamos nuestras cabezas de proyectos que cumplir aquí o en el extranjero, para muchos eso ya resulta lo de menos. Desde luego, no vamos a dejar de luchar por mucho que algunos nos consideren el eslabón menos coherente de la cadena que les mantiene en el poder. El futuro de este país está en nuestras manos y esta aparente generación perdida, al menos, ha aprendido. Cinco años de continuos bombardeos de negatividad te hacen más fuerte, más creativo, más parte del conjunto. No sé si será cierto eso de que la generación más preparada de la Historia de España será la primera que  viva peor que sus padres…En lugar de comprobarlo, yo prefiero “llevarme la vida por delante”.

9.5.13

Las consecuencias de dormir en el lado equivocado


Juro que no volví a vivir un momento como aquel. La prosperidad de la noche que hizo esperar y desear cada vez más, con más ganas. Y tú y yo tontos, muy tontos, pretendiendo una inocencia que hace años se perdió en mordiscos a duermevela. Ni dormidos ni despiertos resbalábamos el vino en aquel sofá del que ya no recuerdo el color. Fue tan tierno que hasta lo ridículo quedó prendido en besos en los dientes. Fue tan fácil sonreír…con sonrisas de esas que dicen ¡adoro que estés aquí! Y me sentí grande, importante, guapa, fuerte, linda, agradable, graciosa y un millón de adjetivos más que me pertenecen sólo de vez en cuando.  Fui la mujer más atractiva de cuantas había visto cuando me senté sobre tus muslos. La voz dulce, la sonrisa preciosa, el pecho perfecto, las piernas infinitas y la belleza exuberante y contagiosa. Sentí que me merecías y te merecía y juro que no volví a sentir un equilibrio como aquel.

Fueron minutos, noches, días y juro que no volví a vivir un momento como aquel.  Después, todo aquel bullicio oportunista se quedó en un aire seco que sólo hablaba de sufrimiento y culpabilidad. Aquello pasó y juro que no volví a ser de la manera en que fui. Derroché felicidad tiempo después cuando nuestro pastel, ya podrido, ahuyentaba moscardones. Sentí pasión y euforia, a pesar de que aquel ya no tuviese tu sonrisa fácil, ésa que alborotaba a las vecinas. A pesar de que nadie volviese a ambientar el sexo con la intimidad de la música de coleccionista. Hubo gente después de ti. Me crucé con varios millones y dos o tres buscaron labio o pecho, o ambas cosas a la vez. Fui feliz, sí y juro que ahora disfruto de mí teniéndote lejos. Juro que no te extraño a ti, quizás a tus modos sí, pero no a ti. Te juro a ti, por ti y para ti que añoro con rabia lo lindo que me hacías sentir. 

22.4.13

L.B.


A finales de marzo, los jueves se hicieron eternos y todos los santos cayeron del cielo. La luna se escondió entre aquellos edificios que rodeaban un parque capaz de despertar al amor. En su lugar, el sol empapó con su pulcritud la suciedad de una madrugada más etílica que ética. La ciudad despertaba y, sin saber bien por qué, se hallaba distinta. Quizás, con la misma sensación de una niña que nota una caricia en su pecho tras su primera noche de amor. Ése no era el caso, muchas otras historias habían amanecido cerca de aquel Reino sin que sus cimientos se cuestionasen por ello.

Quizás fue la ausencia de gemidos o quizás fueron los testigos atónitos de aquel romance. Lo cierto es que ni siquiera la ciudad se creía lo que estaba ocurriendo y, por ello, esculpía sus aceras como si de una gran alfombra roja se tratase. Aquel lugar sospechaba de puro terror por sentirse uno más en aquel triángulo de amor con vértices inauditos. Las putas se esfumaban de cualquier esquina de ladrillo visto y cerraban sus ojos. Soñaban con más noches y más polvos, esta vez en los barrios de la Luna. La ciudad vibraba con los movimientos y con la música de los labios, de la lengua y, de nuevo, otra vez los labios. Y con las palabras que no siempre rimaban. Si lo hacían era siempre en asonante para no escucharlas demasiado…

-Y otra vez despertar aquí. Pero así, ni contigo ni sin ti…

-Conmigo o sin mí. Mi vida, siempre estuve. Aquí o allí…y a ti nunca te pesaron otros despertares.

28.3.13

El gran desencanto



No será fácil para ti, desde luego que no,  pero confío en que algún día comprendas que la simetría no siempre resulta humana. ¿Acaso has oído hablar de la solidaridad simétrica o de la ternura equilibrada? Ni el mundo resulta matemático ni la belleza se ha medido nunca por los gramos de maquillaje que te ocultan. Así es, puedes juzgar la diferencia y reírte de las aspiraciones utópicas del otro. Te diría que, incluso, puedes mirar por encima de tu hombro empolvado de soberbia. O empolvar  la soberbia de los otros con una buena cantidad de ego irracional. Puedes hacerlo todo y sentirte poderoso ahí arriba, en ese trono andrajoso construido a base de pisotones. Supongo que te resulta fácil esa vida de sonrisas perfectas y burbujas de champagne. Y supongo también que tu intelecto no te permite concebir que haya amor en unos dientes mellados o en un refresco a las seis. 


Gracias por hacerme sentir que no soy como tú. Gracias, de verdad, porque dudo que pudiese resistir la monotonía del tejado bajo el que te resguardas. 




21.3.13

Fidelidad siamesa



Esta es la historia de dos siameses unidos por el miedo a perder con el otro más que una parte de su cuerpo. Lo terrenal de sus extremidades se deshace en los ángulos que no les pertenecen y, a partir de ahí, comienza lo sublime. Caminan a un mismo ritmo, miran desde y hacia sus propios ojos vidriosos y saborean con mimo la saliva del otro como si se tratase de una sabia que amarra el mañana. La cotidianeidad de sus días se torna entre monótona y caprichosa, más lo segundo que lo primero. Se descubren nuevos recovecos cada noche, como quien cuenta las mil pecas de una espalda. Vuelven a toparse con sus puntos de unión, aquellos que  guardan pronunciados pliegues en los que la piel se siente de una forma diferente.  Al lado de estos pliegues, sólo queda lo corpóreo iluminado por la divinidad de la luna llena. 

Llega un día en el que la piel se agrieta y los pliegues, casi gritando, piden separarse. La sangre se desparrama y actúa como tinta imborrable de huellas dactilares. Hay restos en sus pechos, en la mandíbula de aquel y en los muslos de ambos. Los recodos de sus cuerpos se vuelven impracticables y los siameses permanecen unidos solamente por las leyes de la física. Intentan sustituir aquel amor a través de almohadas alargadas que funden su tejido con la piel. Uno de los siameses, ya sólo uno, besa los pliegues de su otro yo, en un intento por zurcir las heridas. Con el paso de los meses, la sangre se seca y se reabsorbe en los puntos de unión que, por cierto, dejan de cumplir su función. Los dos cuerpos, que ya son dos, ruedan en direcciones opuestas y se desvanecen por los márgenes de aquel colchón que ocupan desde hace más de cinco años. Sin embargo, “la historia de los siameses unidos por el miedo a perder con el otro más que una parte de su cuerpo” no termina aquí.

La piel deja de tener memoria más rápido de lo que ambos suponen. Como resultado, los puntos de unión ya no son heridas, sólo aperturas dispuestas a atraer otros cuerpos. Así ocurre y aquel miedo a perder más que una parte del cuerpo se vuelve inconsistente. Aceptan otros pechos, otra mandíbula y, claro está, otros muslos. Durante un tiempo juegan con la idea de adoptar una almohada como ese otro yo pero pronto encuentran a un manco, una ciega y una boca portadora de vida. Se conforman y rehacen aquellas grietas en la piel  mientras se acomodan en el mismo colchón, en diferente lado. Nadie cuestiona ya la fidelidad de aquellos siameses, al tiempo que ellos mismos son conscientes del terror que les inspira la soledad. Los indisolubles se pierden y vuelven en una forma similar y un fondo monótono y caprichoso; más lo primero que lo segundo.

7.3.13

Espectando

Su mirada supuraba lágrimas, sin tregua apenas para los suspiros ansiosos. Quién sabe qué le había ocurrido a aquella muchacha de tez pálida que miraba hacia un mundo desolador enmarcado por dos mechones de pelo. Llevaba escombros en las mejillas y ruina en el pecho y, a pesar de todo, lloraba como una niña que no quiere ir a la escuela. Aún parecía inocente y desprendía infancia en aquella primera cicatriz tan díficil de encontrar. Envolvía su psicótica forma de sufrir en un abrigo rojo, rojo como su frustración. Colocaba las tablas de su falda y de inmediato se reconciliaba con alguna canción de autor. Por un momento, el llanto estalló de nuevo, más fuerte y más sincero. Temblaban su barbilla y su labio inferior. El trayecto entre una y otra lágrima se volvía amplio, las comisuras se agrietaban y la joven lloraba en silencio. Había paz, la observábamos con paz. Sonó un crujido, entre madera y esternón y acto seguido el más sepulcral de los silencios. 


23.1.13

El invierno

Hoy he sentido el peso de la nieve en las pestañas. Al parpadear, cada copo ha formado algo difuso sobre el mantel de la mesa de la cocina. He tratado de emborronarlo sin tiempo para comprender que ya lo he vivido antes. Y una vez que he sentido el pulso inerte, me he desvanecido entre la gélida y mullida nieve del portal.

No, aún no he muerto.

Me he recostado en la nieve rezagada, aquella que siempre se desprecia por acabar manchada entre el barro. Las marcas de los neumáticos han bordeado mi silueta y ya sin fuerzas para escapar sólo me ha quedado recordar o morir.

Tú, que a menudo has sentido nostalgia al observar el vaivén de las olas, no alcanzas a entender de qué hablo. Lo sé. He vuelto a sentir el peso de la nieve en las pestañas, ¿no lo entiendes? He vuelto a ver perros negros cubiertos de blanco, a hipnotizarme con el ritmo que marcan los copos resbalando de los pinos, a sorprenderme de la exacta predicción metereológica de quien admiro...He deseado volver a morder el hielo y sentir aquellas peleas inocentes que te tumban al filo del timbre del recreo. He vuelto a ser gracias a esto que, hace un tiempo, era mi invierno.

Sí, aún recuerdo.