Juro que no volví a vivir un
momento como aquel. La prosperidad de la noche que hizo esperar y desear cada
vez más, con más ganas. Y tú y yo tontos, muy tontos, pretendiendo una
inocencia que hace años se perdió en mordiscos a duermevela. Ni dormidos ni despiertos
resbalábamos el vino en aquel sofá del que ya no recuerdo el color. Fue tan
tierno que hasta lo ridículo quedó prendido en besos en los dientes. Fue tan
fácil sonreír…con sonrisas de esas que dicen ¡adoro que estés aquí! Y me sentí
grande, importante, guapa, fuerte, linda, agradable, graciosa y un millón de
adjetivos más que me pertenecen sólo de vez en cuando. Fui la mujer más atractiva de cuantas había
visto cuando me senté sobre tus muslos. La voz dulce, la sonrisa preciosa, el
pecho perfecto, las piernas infinitas y la belleza exuberante y contagiosa. Sentí
que me merecías y te merecía y juro que no volví a sentir un equilibrio como
aquel.
Fueron minutos, noches, días y
juro que no volví a vivir un momento como aquel. Después, todo aquel bullicio oportunista se
quedó en un aire seco que sólo hablaba de sufrimiento y culpabilidad. Aquello
pasó y juro que no volví a ser de la manera en que fui. Derroché felicidad
tiempo después cuando nuestro pastel, ya podrido, ahuyentaba moscardones. Sentí
pasión y euforia, a pesar de que aquel ya no tuviese tu sonrisa fácil, ésa que
alborotaba a las vecinas. A pesar de que nadie volviese a ambientar el sexo con
la intimidad de la música de coleccionista. Hubo gente después de ti. Me crucé
con varios millones y dos o tres buscaron labio o pecho, o ambas
cosas a la vez. Fui feliz, sí y juro que ahora disfruto de mí teniéndote lejos.
Juro que no te extraño a ti, quizás a tus modos sí, pero no a ti. Te juro a ti, por ti y para ti que añoro con rabia lo lindo que me hacías sentir.
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