Esta mañana de abril nos
despierta con noticias sobre un país que se desmorona. A las 9:00, otra vez casos
de corrupción política y “monárquica”. Tan sólo cinco minutos después, imágenes de los jóvenes que protestan por los
recortes en una educación que ha resultado ser pasaporte internacional. A las 9:15, les toca el turno a nuestros
mayores acuciados por unos recortes que amenazan la estabilidad de sus días. A
continuación, las colas a las puertas del INEM aumentan y las mujeres no están
dispuestas a volver a la clandestinidad por decidir sobre su cuerpo. La sanidad
pública al borde de la privatización y en dos minutos más, el momento de las
familias a las que la crisis ha robado un techo bajo el que cobijarse. Acto
seguido, cientos de personas que protestan a las puertas de las “quintas”
residencias de quienes roban a la crisis. Y así, vuelta a empezar cada mes de
abril desde hace cinco años.
No hablo desde la voz de una
experta en economía ni tanteo a ciegas soluciones a esta crisis que cuestiona
la vida de los españoles. Obedecer a los poderosos para que nos saquen de la
ciénaga en la que ellos mismos nos han hundido, resulta la mayor de las
paradojas. Y entre paradojas, metáforas y demás mentiras retóricas ellos nos
hicieron parte de esto y nos dieron esperanzas para dejar de esperar poco
tiempo después. Y ahora, como joven, recuerdo las palabras del poeta Jaime Gil
de Biedma: “como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante.”
¿Qué queda de esa esperanza para comerse el mundo? Recuerdo cómo llegué hace
cuatro años a Madrid, como si de la persecución del gran sueño americano se
tratase. Ahora me pregunto de qué habrá servido el esfuerzo económico de mis
padres y de los padres de tantos otros. En aquellos días de septiembre de 2009,
algún profesor anticipó que la crisis del periodismo y del mundo audiovisual no
nos alcanzaría. Hoy por hoy, intentamos que no nos alcance corriendo marcha
atrás con el cronómetro avanzando cada vez más rápido. Y sí, nos ha alcanzado y
tenemos que inventar nuevas consignas con las que impulsarnos.
En este sentido, el escritor y
economista José Luis Sampedro, recientemente fallecido, mostraba en varias
entrevistas su esperanza en los jóvenes
españoles y en su talento. Hablaba de una generación llena de inteligencia y
valores, a pesar de la falta de ejemplo que los altos cargos les impregnaban.
Yo veo el reflejo de sus palabras en mis compañeros, en mí. En la ilusión con
la que muchos llenamos nuestras cabezas de proyectos que cumplir aquí o en el
extranjero, para muchos eso ya resulta lo de menos. Desde luego, no vamos a
dejar de luchar por mucho que algunos nos consideren el eslabón menos coherente
de la cadena que les mantiene en el poder. El futuro de este país está en nuestras
manos y esta aparente generación perdida, al menos, ha aprendido. Cinco años de
continuos bombardeos de negatividad te hacen más fuerte, más creativo, más
parte del conjunto. No sé si será cierto eso de que la generación más preparada
de la Historia de España será la primera que
viva peor que sus padres…En lugar de comprobarlo, yo prefiero “llevarme
la vida por delante”.
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