27.12.10

Nostalgia

Nostalgia de aquellos días en los que saltábamos en los charcos hundiendo nuestras llamativas katiuskas. Se moteaban con el lodo y reíamos a carcajadas. No recuerdo bien si tú estabas conmigo o si era mi práctica solitaria de una rutina nunca aprobada por los adultos. Me pregunto si sigue habiendo charcos. La respuesta debe ser afirmativa puesto que, desde entonces, cada tarde de Diciembre sigue lloviendo sobre mojado. O, si no, nieva...sí, puede que sean charcos de una nieve a punto de derretirse. ¿Te acuerdas? Si tú saltabas conmigo en aquellos charcos, debes recordar lo que odiaba saltar sobre la nieve.

Y saltar y saltar. Y rebosar charcos y más charcos. Me gustaba pensar en ellos como una catarsis. Como la liberación de unas tensiones que nunca iban más allá de cumplir con los deberes escolares y las obligaciones familiares. No puedo olvidar aquellas tardes de otoño, saliendo de la escuela a las cinco. Mi madre siempre decía que empezaba a llover cuando salíamos del colegio. Le daba tanta rabia...Nunca se lo he confesado pero lo cierto es que a mí me hacía feliz que lloviese. Conocía los lugares exactos en los que las gotas de lluvia se reunían hasta que alguien perturbaba su quietud. Solía pensar que era yo la que las obligaba a ocupar otro rincón de la calle.

Aún hoy, sigo conociendo cada charco de esta ciudad, como quien guarda en la memoria todos los recobecos del cuerpo de otra persona. Me hace feliz saber que hay cosas que nunca cambian. Otras, sin embargo, ya no se parecen en nada a mis ingenuas y pasadas percepciones. ¿Sigues guardando el mapa de los charcos de esta ciudad? Si en aquellos días no me acompañaste, dime ahora dónde podemos saltar. No se si siguen existiendo los charcos. Y ya me he cansado de parecer mayor y organizar carreras de gotas de lluvia en las ventanillas. También lo hago en los cristales de los autobuses que me llevan a otra ciudad. Más grande, quizás más bonita y con menos charcos. Ahora y aquí, nunca sé cuál es el lugar ni el momento en los que volver a motear mis katiuskas para hacerlas únicas, como antaño.

3.10.10

Díasrojos.

Más allá de las apariencias, un día rojo no tiene por qué afectar a una mujer. Se trata de sentir miedo, tal y como Audrey Hepburn nos enseñaba en "Desayuno con Diamantes". Son días en los que los miedos surgen de lo más profundo y se elevan hasta llegar a tu garganta, coartando tus palabras y obligándote a gritar. A veces, los miedos continúan subiendo y salen al exterior en forma de pequeñas, pero incesantes lágrimas.

Los días rojos se estampan contra la pared y pretenden huir de los versos de alguna canción demasiado decadente. Se retuercen en las lenguas de quienes los desconocen y se cuelgan del dedo meñique de quien los deja atrás. Lo normal es que terminen con un salto mortal en cada una de las teclas de un teléfono o se disuelvan en los susurros de alguna conversación sobre un hule anaranjado.

Y si me preguntan qué tipo de miedo se siente en un día rojo, sólo diré que cada persona conoce los suyos. Miedo a crecer o a quedarse un poco pequeño; a sonreir demasiado o a parecer simplemente serio; a dar demasiado o a entregar de manera insuficiente; a querer un día soleado y, de repente, toparse con el viento huracanado de un domingo gris y lluvioso. Sin pasteles ni canciones y, por si fuera poco, en otoño. Un perfecto día rojo.

26.8.10

Con V de Verano.

Tengo la impresión de que no voy a escribir nada nuevo ni sorprendente, pero tras un parón me apetecía plasmar aquí lo primero que me viniese a la cabeza...

Adoro el verano por significar largos días de reencuentro y conversación. Por estar impregnado de ese olor a cloro y tintado del color de la sangría. Por llevar en el aire risas y más risas como marcando el compás de una canción pegadiza que suele carecer de significado pero que, sin duda,es capaz de despertar nuestros instintos más primarios.

Adoro que el verano suela ser "el mejor" cada vez que está a punto de consumirse, como en esta ocasión. Lo adoro porque sé que cada año mejora, no sé cómo lo consigue pero es así. Quizás su brevedad nos obligue a superarnos y conseguir que no haya precedentes a lo que estamos viviendo.

Por extraño que parezca, adoro que esto acabe por el buen sabor de boca que me llevo. No sabe a ninguna fruta de verano, ni siquiera sabe a helado. Es, simplemente, el sabor, el olor, la textura y el aspecto de todos y cada uno de los momentos que he vivido en estos tres meses.

Ayer escuché algo que me impulsó a escribir esto:
"No deberíamos pensar en que aún queda un año para que se vuelva a repetir, sino en que la vida nos habrá regalado un año más para preparar y hacer aún más inolvidable el próximo verano."

Como ya advertí, nada nuevo ni sorprendente.

25.6.10

El término medio.

Que la vida de los seres humanos es cíclica es algo que podríamos catalogar de verdad universal o de un resto del aprendizaje pendiente de un hilo que nos aporta la experiencia. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y tiempo después, en el momento en el que almacenamos más experiencias, más conocimientos, más gente querida y más saber hacer, morimos. El ciclo es evidente entonces: nacemos indefensos, atemorizados, dependientes, involuntarios y morimos de igual manera, a pesar de creer que nuestro conocimiento del mundo nos ha hecho evolucionar.

Más allá de este ciclo que los pensadores apoyan con argumentaciones claras y la masa "comprende" por ciencia infusa, no todo se resume en tan poco. Cíclico es aquello que sigue un esquema preciso y que comienza y acaba en un mismo punto, pero ¿por qué darle importancia al dónde o el cómo empiezan y acaban las cosas?. La virtud está, como siempre, en detenerse en el término medio y saber que el cariño de tu familia, el proceso de crecimiento que cicatrizará en tus rodillas, las luces de neón iluminando las sonrisas de tus amigos, los amores de verano y los desamores de invierno, los lugares que visites, las personas que sin pena ni gloria pasen por tu vida, el extásis pleno cuando llega la alegría o la profunda tristeza...conforman realmente tu vida. Todo ello nos hace menos cíclicos o, al menos, resta importancia a que los seres humanos pretendamos resumir nuestra vida de modo tan sistemático.

Gracias por formar parte del término medio de mi vida.

23.5.10

Eran tiempos dorados...

Siempre me he preguntado dónde estaba la razón o cuál era la clase de presagio que hacía a los seres humanos pender del hilo del Destino. Muchas veces he meditado acerca del Destino y de cómo consigue desbaratar una vida en un segundo o, por el contrario, ir hilvanando lentamente una serie de momentos eternamente monótonos.

Es curioso el modo en el que el Destino va situándote a su antojo en caminos abarrotados de personas o en desiertos vacíos de vida. Me sorprende la manera en la que el azar arroja a una persona a un rincón de nuestro Destino, impregnando a éste último de un aroma o de una canción que se convertirá en la banda sonora de la que el Destino se ha encaprichado.

Pasará el tiempo y aquello que simplemente era el Destino acabará siendo un pasado, tal vez remoto. Sin saber por qué razón y sin querer ir más allá, un sueño te hará creer que aquel Destino acaricia tus pies una y otra vez, yendo y viniendo...En el sueño, intentarás retenerlo, impedir a toda costa que se vaya y te aferrarás a aquello que tu mente inconscientemente situó en él: allí estabas tú y cerrabas muy fuerte los ojos, apretabas los labios y pedías una señal porque alguien te había dicho que así todo acabaría llegando.

Así fue y el Destino de nuevo colocó el caramelo a la puerta del colegio, concediéndome no una, ni dos, sino tres nuevas señales para que todo mi pasado, tal vez remoto, se tambalease. El tambaleo se mecía al ritmo de aquella música que había impregnado mi Destino tiempo atrás y, por eso, tenía la esperanza de que alguien, quizás, intentaba ayudarme a rescatar aquel Destino fallido y velaba por mí cuando cerrabas con fuerza los ojos, segura de que algo podría ocurrir. Quizás, las tres señales indicaban que el Destino aún estaba en proceso de fabricación y eso, ampliaba mis horizontes, de momento.

Fueron la mitad de un sueño y la otra mitad de un expresivo y repentino pestañeo las que me hicieron comprender que el Destino guía nuestras vidas y se entrelaza con nuestros sueños para acabar simplificando el pasado en una canción. Siempre buscamos la manera más fácil de saciar los caprichos del Destino: súplicas, rezos, peticiones...Es de nuestra necesidad de implorar al Destino de donde nace ese impulso que nos hace hablar con uno u otro Dios, mirar fijamente a la Luna, escoger estrellas que cumplan nuestras ilusiones o, incluso, seguir la estela que deja algún avión mientras pensamos en la dirección tan parecida que siguen el avión y nuestro Destino.

A veces dejamos de mirar al cielo pero nuestros intentos por enamorar al Destino continúan. Le suplicamos mientras tocamos una y otra vez un colgante que pende de una cinta de cuero. Recuperar aquel Destino nos obliga a soplar velas, guardar en secreto nuestros deseos, explotar bolsas con tan sólo una palmada...Recuperar un Destino nos hace confiar nuestra vida a cinco minutos de fuegos artificiales en una noche de verano. Y cuando pienso en lo dulce de la espera desde que la señal aparece, no puedo dejar de creer en el Destino.

9.5.10

ODIO el ¿y si...?

De un tiempo a esta parte he comprendido que la cobardía es uno de los peores defectos humanos. Con ello, no me refiero a la falta de valor para enfrentarse a los riesgos o a la propia muerte, sino a la cobardía a la hora de dar todo de ti mismo. El impulso fallido de hacer algo que, por nimio que sea, termina reconciliándote con una parte de tu persona.

Lo peor de ser cobardes es sentirse irremediablemente unido al arrepentimiento... ¡cuánto odio arrepentirme! Eso sí, el arrepentimiento por aquello que no he tenido el valor de hacer. Odio con todas mis fuerzas mirarme al espejo, en ese momento en el que la máscara de pestañas forma un velo difuminando mis ojos, y preguntarle a mi reflejo...¿y si...?

"¿Y si...?" también va unido a la cobardía personal y, por lo tanto, al arrepentimiento. El "¿y si...?" es, quizás, una de las peores consecuencias del que es, para mí, uo de los muchos defectos humanos. No sólo significa que te arrepientes por no haber hecho algo, sino que es posible que acabes de perder un "tren" o, en el peor de los casos, que tu felicidad se aleja vertiginosamente del lugar en el que tú te limitas a observar.

Ojalá el mundo fuese más sencillo o yo menos cobarde o, seguramente, deba ser menos llorona. A veces, cuando hago recuento de las veces que me pregunto "¿y si...?" procuro aislar la idea de que se trata de oportunidades rechazadas. A pesar de todo sé que enn el fondo han ido cayendo una tras otra las opciones para ser feliz.

Ese miedo desorbitado al "fracaso" me hace fracasar sistemáticamente, mientras yo me limito a quejarme ante todo aquel dispuesto a escuchar. Otras veces, ni siquiera me quejo y me acurruco en un sofá, hundida entre un par de mantas de cuadros, con la mirada fija en la televisión en "stand by" y el olor de una fábrica azucarera ambientando la escena. Por alguna extraña razón, esta situación consigue transportarme a un pub de mi ciudad, a Madrid, al cercanías, a alguna casa y a la compañía de algunas personas. En definitiva, me acerco a cada oportunidad rechazada. Todo, por ser cobarde.

¿Y si...? Da igual, sólo se trata de ser feliz.

27.4.10

Como dice la canción...

No tiene sentido escribir un puñado de palabras cuando, aunque tú no lo sepas, pienso en ti a menudo. No digo "siempre" porque sería mentir. ¿Con quién comparto lo que pienso si por más que me empeño en averiguarlo no sé que pienso de ti? La mente en blanco y tu voz, tus bares, tu pelo, tu sonrisa, tus curiosas zapatillas, tus..., tus... ¡BASTA! Es díficil hacerse un hueco en medio de este vacío lleno de caos.

Lo cierto es que no hace falta que me digan que no piense en ti, pues lo díficil es hacerme una imagen real de alguien que, parece un príncipe del azul más chillón que haya visto nunca.Si no fuese porque los cuentos dejaron de tener sentido y porque el número 37 es la respuesta a tantas cuestiones "filosóficas", no dudaría de que eres tú. Ya lo sé. Muy idealizado, pero... ¿qué quiere decir...?¿qué...? ¿por qué...?¿qué hago si aunque tú no lo entiendas y ni siquiera lo sepas, casi me invento tu nombre?



2.4.10

Punto de inflexión.

Cierto día de algún mes indeterminado comprendí que el invierno no siempre daba paso a lindas primaveras. Lo que comenzó hace años se ha enrarecido hasta tal punto que ya ni siquiera sé cómo llamar a esto sobre lo que hoy escribo.

Debieron ser las ventiscas, los copos de nieve, la lluvia intermitente o ¡qué se yo!...Quizás fuese la ciclogénesis que vivimos hace unas semanas. Lo cierto es que el invierno acabó con casi todo. Es díficil encontrar retales de otros tiempos y más díficil aún concienciarte de que será complicado repetirlos.

Quien predijo grandes reencuentros se equivocó. También obró erroneamente quien escuchaba canciones que rezaban "Siempre quedará nuestro fin de semana" y creía que ocho meses después repetiría esas palabras rodeado de su gente en plena calle a altas horas de la madrugada.

No es envidia de sus vidas. Es impotencia porque algo te está obligando a dejar de formar parte de ellas. Eso que quede claro.

28.3.10

Una historia más

Me contó que los retazos de algún instante que creyó dejar atrás reaparecieron en un tiempo presente. El recuerdo velado de una mirada sobrepasó la barrera que existe entre lo mental y lo real. Así, comprendió que si se deslizase hacia él, incluso podría acariciar sus párpados con las yemas de sus dedos.

Tenía claro que sus miradas se habían cruzado en un ambiente brumoso que venía dado por el humo denso de los cigarrillos de quienes dejaron pasar inadvertido el instante que me describía. Las paredes que envolvían aquel lugar debían contar con un decorado psicodélico que le daba ese toque de utopía al instante que ella apenas se dio cuenta de estar viviendo.

Sólo recordaba su mirada; como si nada más existiese. Curiosamente, la imagen mental que creó de aquella mirada venía envuelta por un tono rojizo. Pensaba que, quizás. esto sea producto de las "mariposas" que le reconcomían el alma en aquel momento o que, simplemente, se tratase de una evocación cinematográfica de cierta película americana.

Se lamentaba de haber infravalorado aquel instante en el momento en el que estaba teniendo lugar. Seguramente anhelaba tanto que ocurriese que sólo había comprendido su "valor" al día siguiente, cuando el amanecer arrojó la luz necesaria a sus pensamientos.

La información asimétrica estaba ocurriendo al mismo tiempo que ella me relataba su experiencia. Esta vez, dicha información había dejado atrás el nivel económico para ir a atracar al mundo sensible. Mientras las palabras salían intermitentemente de su boca, su cabeza vagaba por una habitación dos calles más arriba, donde suponía que ál dormía plácidamente sin concederle ninguna importancia a un instante que, probablemente, no la tuvo.

No podía remediarlo. Una mezcla de alegría y desasosiego la invadía cuando vaticinaba que aún le quedaban por vivir algunos instantes semejantes con la misma persona durante aquella semana. Después, sus teoría amorosas se atrevieron a argumentar que, sin duda, los choques frontales de miradas con otras personas y en otros lugares volverían a ocupar lo absurdo de los domingos.

22.3.10

Madrid.

Hay quien vive la vida de frente, aprovechando las oportunidades o contradiciendo sus posibilidades para conseguirlas. Hay quien, simplemente, vive en la retaguardia y se ancla a un pasado resuelto y a unas convenciones, sin aspirar a cimentar un futuro propio. Hay quien aspira y, también, quien ambiciona. Quien llega a un paraíso y no se adapta. Hay quien se opone a fracasar y…quien fracasa por sistema.

Cuando Madrid se cruzó en mi vida, como un mini Hollywood donde los sueños se hacen realidad, no fui consciente de lo que la ciudad encerraba. Unas semanas después, descubrí que entre calles de cuatro carriles y pasos de peatones infinitos se escondían mil vidas anónimas. La vida del madrileño. La vida de quien dejó su país atrás en busca de algo que le permita regresar “mejor” que en un comienzo. La vida de quien, como yo, llegó a Madrid a estudiar, dejando atrás un pequeño lugar que ambientaba cada escena de su vida hasta entonces. En definitiva, la vida de quien se ilusiona y se decepciona casi a un mismo tiempo abrumado por la dimensión y el anonimato.

No sé si existirán lugares de ensueño, pero estoy segura de que existen lugares donde los sueños esperan y desesperan por una oportunidad. Quizás pasen años hasta que descubra qué esconde Madrid realmente. Quizás…