23.5.10

Eran tiempos dorados...

Siempre me he preguntado dónde estaba la razón o cuál era la clase de presagio que hacía a los seres humanos pender del hilo del Destino. Muchas veces he meditado acerca del Destino y de cómo consigue desbaratar una vida en un segundo o, por el contrario, ir hilvanando lentamente una serie de momentos eternamente monótonos.

Es curioso el modo en el que el Destino va situándote a su antojo en caminos abarrotados de personas o en desiertos vacíos de vida. Me sorprende la manera en la que el azar arroja a una persona a un rincón de nuestro Destino, impregnando a éste último de un aroma o de una canción que se convertirá en la banda sonora de la que el Destino se ha encaprichado.

Pasará el tiempo y aquello que simplemente era el Destino acabará siendo un pasado, tal vez remoto. Sin saber por qué razón y sin querer ir más allá, un sueño te hará creer que aquel Destino acaricia tus pies una y otra vez, yendo y viniendo...En el sueño, intentarás retenerlo, impedir a toda costa que se vaya y te aferrarás a aquello que tu mente inconscientemente situó en él: allí estabas tú y cerrabas muy fuerte los ojos, apretabas los labios y pedías una señal porque alguien te había dicho que así todo acabaría llegando.

Así fue y el Destino de nuevo colocó el caramelo a la puerta del colegio, concediéndome no una, ni dos, sino tres nuevas señales para que todo mi pasado, tal vez remoto, se tambalease. El tambaleo se mecía al ritmo de aquella música que había impregnado mi Destino tiempo atrás y, por eso, tenía la esperanza de que alguien, quizás, intentaba ayudarme a rescatar aquel Destino fallido y velaba por mí cuando cerrabas con fuerza los ojos, segura de que algo podría ocurrir. Quizás, las tres señales indicaban que el Destino aún estaba en proceso de fabricación y eso, ampliaba mis horizontes, de momento.

Fueron la mitad de un sueño y la otra mitad de un expresivo y repentino pestañeo las que me hicieron comprender que el Destino guía nuestras vidas y se entrelaza con nuestros sueños para acabar simplificando el pasado en una canción. Siempre buscamos la manera más fácil de saciar los caprichos del Destino: súplicas, rezos, peticiones...Es de nuestra necesidad de implorar al Destino de donde nace ese impulso que nos hace hablar con uno u otro Dios, mirar fijamente a la Luna, escoger estrellas que cumplan nuestras ilusiones o, incluso, seguir la estela que deja algún avión mientras pensamos en la dirección tan parecida que siguen el avión y nuestro Destino.

A veces dejamos de mirar al cielo pero nuestros intentos por enamorar al Destino continúan. Le suplicamos mientras tocamos una y otra vez un colgante que pende de una cinta de cuero. Recuperar aquel Destino nos obliga a soplar velas, guardar en secreto nuestros deseos, explotar bolsas con tan sólo una palmada...Recuperar un Destino nos hace confiar nuestra vida a cinco minutos de fuegos artificiales en una noche de verano. Y cuando pienso en lo dulce de la espera desde que la señal aparece, no puedo dejar de creer en el Destino.

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