27.7.16

De una mujer alta para el mundo

Toda una vida escuchando comentarios sobre lo alta que eres no parece suficiente para que algún día te acostumbres a las apreciaciones obvias sobre tu físico. Porque si la genética me dotó de una altura más propia de una mujer nórdica que de una mediterránea, ¿qué podemos hacer? Para mí, no se trata de algo positivo ni negativo y hace tiempo que dejé atrás aquellos complejos de la infancia y adolescencia que me hacían sentir cigüeña, jirafa o la madre de todas mis amigas, de estaturas bastante más "normales" que la mía. Para mi consuelo, siempre estaba ahí mi hermana mayor: Lucía es igual de alta que yo, así que supongo que juntas aprendimos a vivir (y crecer) con ello sin que  nos importase demasiado.

Por aquel entonces mi abuela, que me miraba y mira con ojos de amor, me decía: "no seas tonta, ponte bien derecha que cuando seas mayor vas a dejarlos a todos con la boca abierta". Cosas de abuela, sí, pero a mí me reconfortaba oírla. Después de repetirme la misma cantinela mil y una veces, me lo creí. Fui dejando atrás ortodoncia, bucles indefinidos, tontería adolescente y, de paso, también los complejos por la altura. Y bien, una nueva Laura feliz consigo misma había renacido. 

Pero no, aquello no significaba que te dejasen de juzgar por tu altura. Menos aún cuando comenzó "el despertar del amor".  Desde entonces, muy segura de que mi metro y setenta y cinco centímetros no tenía absolutamente nada de malo, no han sido pocas las ocasiones en las que me he encontrado con hombres mirándome los pies en el metro para asegurarse de que no llevaba tacones y otros seres indescriptibles preguntándome en su ebriedad por qué había crecido tanto. Porque desgraciadamente y, al margen de los gustos que, por supuesto, son más que respetables, una mujer alta puede asustar. Asusta porque no puedes envolverla con el abrazo protector de un buen machote o eso es, al menos, lo que deben tener en sus cabezas.

El chico debe ser el alto, el grande, el salvador. La mujer la más débil, vulnerable y pequeñita, como si de una muñeca de porcelana se tratase. Y así nos lo enseñaron las películas, las tramas de princesas Disney y otros muchos retazos de la vida cotidiana sin que fuésemos plenamente conscientes de ello. Pero sí, igual que otros muchos cánones estéticos impuestos a las mujeres, éste también existe y me cabrea y me jode.

Hubo un tiempo en el que yo también imaginaba mi vida al lado de un gran hombre barbudo que rondase el metro noventa. Con el paso de los años te das cuenta de los cuentos y dejas de buscar esa imagen de pareja idílica que te intentaron vender desde que tenías uso de razón. Al final los centímetros no importan en los abrazos ni en los besos. No se mide la longitud de las piernas cuando te envuelven en la cama ni tampoco importa el largo de las siluetas cuando están tumbadas.

Las mujeres altas igual que las bajas, las delgadas o las gordas son mucho más que una serie de atributos físicos. Y claro que asusta salirse de la norma. Asusta que rompan tus esquemas, con las normas milimétricamente marcadas que te impone la sociedad.

Y aunque jode. Y aunque hoy el frutero me haya soltado un piropo repugnante sobre mi estatura después de mirarme de arriba a abajo y eso haya propiciado este ataque de ira, estoy bien. Por suerte, en algún momento las palabras de mi abuela cobraron sentido y conseguí dejarme a mí misma con la boca abierta y no solo eso: aprendí también a cruzar mi vida con gente que sí supiese estar a la altura.

1 comentario:

  1. Eres grande, Laura. Y no de estatura. Eres grande por escribir artículos tan geniales como este :)

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