Lo hacíamos en la cama, en el salón, en la calle Toledo y también en el metro. En la penumbra de los bares y en la viveza de la calle en verano. En tu casa y en la mía. Lo hacíamos tan bien que despertábamos los murmullos de las vecinas, de los ciclistas y de los camareros guapos que nos regala Lavapiés. Lo hacíamos de lujo y diría que nunca dos fueron capaces de igualarnos.
Lo hacíamos bien, sí. Nadie sabía enlazar los dedos, extender falanges, buscar palma con palma, rozar, sudar, dudar entre nudillos. Lo hacíamos. Nos dábamos la mano con premeditación, alevosía y ganas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario