16.4.16

Efímero: Pasajero, de corta duración

Hay lugares comunes. Para algunos es el antro de la esquina, para otros la entrada del cine y en nuestro caso se trata de un bar cutre y barato enfrente de la discoteca de moda. Siempre al límite de la metáfora, así somos nosotras. Pero vayamos al grano: hace un par de semanas, una amiga me contó que el restaurante japonés take away que habían abierto al lado de nuestro bar de siempre acababa de cerrar y en su lugar había ahora una lavandería, curiosamente regentada por las mismas personas que llevaban el negocio anterior. Cuando me lo contó pensé, ¿cómo puedes transformar un lugar para comer en un espacio para lavar ropa sucia en tan solo unas semanas? Después de esta primera asociación de ideas que no me agradó demasiado, le pregunté a mi amiga '¿por qué todo cambia tan rápido?' Ella me miró, soltó una carcajada y le dio otra calada a su cigarro.

Lo efímero está de moda. Nos parece original comprar vestidos estampados en tiendas pop up que duran un suspiro. Nos hace ilusión organizar una cena romántica en ese restaurante que vivirá algo menos de 30 días. Dicen que se trata de vivir una experiencia única, de saber que muy pocas personas van a poder sentir en sus carnes aquello de lo que tú, ¿afortunado?, te estás aprovechando. Comemos rápido, escribimos rápido, observamos rápido, respiramos rápido, besamos y follamos rápido, nos enamoramos en un cuarto de hora y nos desengachamos dos segundos después de la sobredosis de amor.

La clave está en vivir fugaz, como si el mundo fuese a terminar mañana. Como si todo fuese parte de esa pesadilla en la que correremos hasta desfallecer si queremos salvarnos. Seguir ese ritmo estrepitoso en el que no hay transición posible ni tiempo para echar la vista atrás. Las relaciones más largas no suman y las cortas, las cortas se quedan en media noche. Y no, no es que se nos esté escapando el romanticismo, es la degeneración de aquel carpe diem que ya no significa y solo nos recuerda a las clases de latín de nuestra más tierna adolescencia.

Rosa, rosae...

Y es que, ¿quién quiere pausas cuando ya están cerrando la trampilla de nuestro lugar de siempre?

*Lo mejor de esta reflexión posiblemente sea que el restaurante japonés nunca fue sustituido por la lavandería. Los dos negocios existen y uno está al lado del otro. Sin embargo, querida Melani, esta vez te agradezco la confusión.

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