24.4.16

(Casi) Una historia de amor

Obnubilado. Despistado. Hambriento de historias y de piel. Así era él o, al menos, así se lo imaginaba ella. Todo lo contrario a ese prototípico personaje masculino que el amor romántico se había encargado de grabar a fuego en sus sueños. Él ladraba, mordía, leía labios y emborrachaba corazones con botellas de vidrio que bebían del color de sus ojos. Daba lugar a bonitas mañanas de resaca entre sábanas blancas y el murmullo de aquella panadería que encendía el hambre que solo aprieta a la hora del desayuno.

Era desastre, caos y una buena cantidad de libros a medio terminar. Era equilibrio, plenitud y disciplina. Chocaban venturosos y corrían entre dos aguas sin temor a salpicar. Respiraban fuerte, irradiaban calor y dominaban articulaciones, huesos, pulmones y, por muy poco, casi corazón. Latían juntos y algún ventrículo dejaba de funcionar cuando se notaban distantes. Eran (casi) todo lo que ella siempre quiso. Eran (casi) todo lo que él siempre negó. 

Y emulando un microcuento: un día al despertar, ella ya nunca estaba ahí. 

17.4.16

Significar paz


Nos prometimos recorrer el mundo y no dejar nunca que la línea del horizonte trucase nuestros planes. Parecía fácil: como mínimo un viaje al año. Empezamos en Roma, después fue Varsovia e, incluso, divagamos sobre pasar un verano al son de los ritmos cubanos, viajando en el tiempo y quizás, quedándonos allí para siempre.

Luego llegaron las prisas, los agobios, los domingos incesantes y los viernes rutinarios y dijimos que no a aquella vida. Tuvimos algunas ensoñaciones ambientadas en el Trastévere, en aquellas librerías infinitas en las que flotaban versos de Dante y alguien contaba muy bajito la historia de Pinocchio. Nos montamos en barcos y en aviones imaginarios y huimos a  una playa, al fin del mundo, a donde fuese posible ser feliz a punto de cumplir el cuarto de siglo, donde nos meciesen las olas y, por primera vez, fueses capaz de pensar solo en ti. Y sí, lo logramos, Irene. Te prometo que lo logramos.

16.4.16

Efímero: Pasajero, de corta duración

Hay lugares comunes. Para algunos es el antro de la esquina, para otros la entrada del cine y en nuestro caso se trata de un bar cutre y barato enfrente de la discoteca de moda. Siempre al límite de la metáfora, así somos nosotras. Pero vayamos al grano: hace un par de semanas, una amiga me contó que el restaurante japonés take away que habían abierto al lado de nuestro bar de siempre acababa de cerrar y en su lugar había ahora una lavandería, curiosamente regentada por las mismas personas que llevaban el negocio anterior. Cuando me lo contó pensé, ¿cómo puedes transformar un lugar para comer en un espacio para lavar ropa sucia en tan solo unas semanas? Después de esta primera asociación de ideas que no me agradó demasiado, le pregunté a mi amiga '¿por qué todo cambia tan rápido?' Ella me miró, soltó una carcajada y le dio otra calada a su cigarro.

Lo efímero está de moda. Nos parece original comprar vestidos estampados en tiendas pop up que duran un suspiro. Nos hace ilusión organizar una cena romántica en ese restaurante que vivirá algo menos de 30 días. Dicen que se trata de vivir una experiencia única, de saber que muy pocas personas van a poder sentir en sus carnes aquello de lo que tú, ¿afortunado?, te estás aprovechando. Comemos rápido, escribimos rápido, observamos rápido, respiramos rápido, besamos y follamos rápido, nos enamoramos en un cuarto de hora y nos desengachamos dos segundos después de la sobredosis de amor.

La clave está en vivir fugaz, como si el mundo fuese a terminar mañana. Como si todo fuese parte de esa pesadilla en la que correremos hasta desfallecer si queremos salvarnos. Seguir ese ritmo estrepitoso en el que no hay transición posible ni tiempo para echar la vista atrás. Las relaciones más largas no suman y las cortas, las cortas se quedan en media noche. Y no, no es que se nos esté escapando el romanticismo, es la degeneración de aquel carpe diem que ya no significa y solo nos recuerda a las clases de latín de nuestra más tierna adolescencia.

Rosa, rosae...

Y es que, ¿quién quiere pausas cuando ya están cerrando la trampilla de nuestro lugar de siempre?

*Lo mejor de esta reflexión posiblemente sea que el restaurante japonés nunca fue sustituido por la lavandería. Los dos negocios existen y uno está al lado del otro. Sin embargo, querida Melani, esta vez te agradezco la confusión.