19.9.11

Irene...mucho tiempo después

Uno, due, tre, quattro... enseñaba a contar con una voz que le salía de muy dentro y una delicadeza que hipnotizaba los cuerpos de quienes centraban su mirada en ella. Por un momento, desde el resquicio de la puerta, me dio por pensar en que parecía perfecta para desempañar ese trabajo. Tenía ese aura propio de quien no es como el resto. Sabía que disimulaba sus malos momentos solamente cuando lo creía muy necesario y, eso era un hito en los tiempos que corrían.

Seguía luciendo aquella melena inmensamente larga que despertaba mi envidia más sana; unos ojos verdes y almendrados y aquellas cejas que surgían expresivas en su rostro. Parecía que nada había cambiado y cuando la miraba de reojo y a lo lejos, todavía creía recordarla con pantalones rojos. Recordé, melancólica entonces, todos aquellos momentos que habíamos pasado juntas muchos años atrás. Cada número que enseñaba en voz alta ante aquel auditorio atento, suponía una excusa para que un recuerdo más esbozase mi sonrisa. Cuando terminó de paladear el número quattro, vino a mi cabeza aquel año en el que por primera vez nos habían separado miles de kilómetros. Recordé los grandes reencuentros de aquel tiempo en la distancia. Al pronunciar Cinque, un momento más se agolpó al borde de aquella nostalgia repentina. Después otro y otro más. Sin darme cuenta, ya llevaba unas cuantas decenas y yo seguía en aquel hueco, absorta en historias de otros tiempo. Alrededor del Cinquanta, volví a la realidad y salí de aquella especie de bucle hiptnótico en el que me habían envuelto sus enseñanzas. Ella seguía allí, preciosa y necesaria, como siempre.

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