5.10.17

Maestros

Gaspara:
¡Madre del amor hermoso,
qué viaje tan horroroso!
Entre la tos del camello
y el continuo triquiteo,
triquitraque, triquiteo
entre sus jorobas me mareo.
A Melchora y a servidora 
nos ha jorobado el vehículo.


Las tres Reinas Magas, de Gloria Fuertes

Juraría que era diciembre de 1998 y en aquella clase de 2ºC preparábamos con esmero la obra de teatro que representaríamos para los padres el día en el que nos daban las vacaciones de Navidad. Allí estaban Gaspara, Melchora y Baltasara acompañadas de un buen número de actores secundarios. Un atrezzo de andar por casa y unas pinturas bastaban para convertir un gimnasio en un escenario teatral. A mí me tocó ser la Virgen María, sí. Cosas de la altura y de esa timidez encasquillada que me alejaba de cualquier centro de atención. 

El texto elegido para la obra navideña era Las tres Reinas Magas de Gloria Fuertes (reivindicación feminista incluida) y recuerdo cómo el día en el que empezábamos a ensayar, aquella profesora nos contó detalles sobre la poeta y su obra. Recuerdo aquellos versos rápidos, repentinos. Aquellos juegos de palabras incesantes, aquellas rimas tan jocosas como estudiadas y aquella admiración, mi admiración infinita, por la persona capaz de escribir así. 

Ese día llegué a casa y pedí un libro de Gloria Fuertes. El regalo llegó en forma de cuentos breves con grandes ilustraciones, pequeños textos, unas tapas rosa fucsia y un pulpo rodeado de chatarra en su portada. Me acuerdo de cómo repasaba con los dedos las letras: un pulpo en el garaje. Cada noche releía la misma historia sentada en mi cama de niña mientras le preguntaba a mi madre qué significaban algunas palabras que aún no llegaba a comprender. Me viene a la memoria la ternura con la que ella intentaba hacérmelo fácil sin dejar de utilizar palabras adultas. Si la nostalgia no me falla, creo que yo misma elaboré un "diccionario" para que aquellas definiciones no se las llevase el viento en un intento vano de no cruzarme jamás con una palabra desconocida.

Todo comenzó ahí: con una obra de teatro escolar en un colegio público de un pueblo al sur de León. Sin ser consciente aún, supe que quería escribir, que quería rimar y que quería saborear cada una de las palabras que fuesen surgiendo en mi vida. Mientras otros debatían ser médicos o jugadores de fútbol, yo casi llegaba a vislumbrar un libro firmado con mi nombre. Grandes sueños que apenas cabían en un cuerpo aún en crecimiento. Sí, en esencia, todo comenzó ahí: con esa profesora que decidió hablarnos de Gloria Fuertes y su literatura. Ella, que puso en valor la lectura. Ella, la primera persona a la que escuché recitar poesía. 

Hoy se celebra el Día Mundial del Docente y pienso en aquella clase de 2ºC, en aquel teatro, en aquella profesora. Sí, soy hija de la LOGSE, a la que muchos achacan la falta de cultura general de quienes nacimos en los primeros noventa. Sí, también soy producto de reformas educativas que se sucedían con los cambios de gobierno. Pero, sobre todo, soy fruto del buen hacer de muchos de los profesores que pasaron por mis años de estudiante. 

¿Quién, si no, me hubiese hablado de Gloria Fuertes? ¿Quién me hubiese animado a leer? ¿Quién me hizo apasionarme por ese insaciable vicio que es escribir? Un pequeño gesto, una frase o un descubrimiento en esa edad en la que todo fascina guían (o lastran) de forma definitiva la persona adulta en la que nos vamos a convertir. 

Por eso, cuando alguien critica a un maestro, habla de su desgana, de su actitud, de su forma de enseñar el mundo desde el aula, pienso en lo difícil que es estar a la altura. Hay una tremenda responsabilidad en las manos de quienes nos dotan de conocimiento y valores cuando somos baúles llenos de imaginación y hambrientos de vida. A pesar de lo que algunos quieran pensar, existen docentes con capacidad de entrega infinita con cada uno de sus pupilos. Hay personas con ganas de hacer de ellos, de nosotros, una generación mejor. 

Por desgracia, hay también una tremenda irresponsabilidad en las manos de quienes gobiernan un país en el que la educación y la cultura son secundarias. Y la hay también en esos padres que critican y no construyen. La hay en esas personas que parecen no comprender que el futuro, los adultos del mañana, se moldean en las aulas de los colegios.


Y es que, ¿cómo olvidar a esa persona que, por primera vez, te recita una poesía?


Para ti Irene, que demuestras cada día que a la vocación nunca se le acaban las fuerzas.

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