Mudar, pedalear, avanzar, mutar.
Sentir como la piel se estira elástica y pierde esa memoria que siempre nos
dijeron que tenía. Cambiar ahora significa reconvertirse en otros cuerpos y
aprender a estar con otros modales y en otras estaciones. Cambiar es ahora
transmutar en un techo de vigas de madera que asoma a las antenas hilvanadas de
Madrid.
Mudarse es mutar en otras vidas
que algún día imaginaste tuyas, reaprender a desayunar dejando la cocina e
impregnando de café una mesa de cristal. Mudar es cambiar y también dormir.
Dormir en nuevas camas y sentir el roce mañanero de las sábanas, agarrarse con fuerza a la almohada y saber que todo está donde debería.
Han sido más de tres años y siento que lo que dejo atrás ha desnudado mi intimidad hasta descubrir lo que nunca nadie siquiera imaginó. Recuerdo que ya he sentido esta sensación, ya he encerrado mi vida en cajas de cartón dos veces más y cada vez es diferente. El celofán a veces actúa como un cierre hermético de sensaciones y otras, sin embargo, funciona como una superficie porosa por la que seguirán desfilando los recuerdos. Juegos de la mente, de esos sin tableros ni instrucciones, en los que solo gana lo bonito.
Mudar es ahora paz, silencio y fiereza. También soledad necesaria. Por supuesto, dependencia de los espacios y de las cosas. Pero confío en que aprenderé a deshacerme de todo y volver a ofrecerme desnuda de sensaciones a estos espacios y aquellas cosas.
Reinventarse o morir, decían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario