Llega un punto en el que ya nada duele: un puñetazo y una caricia se sienten con el mismo ritmo y deambulan de igual modo entre órganos vitales. Lo llaman decepción. Yo prefiero llamarlo X. Con esa sensación de que no queda un remanso de paz en el universo preparado para reguardarse, ¿sabes de lo que te hablo? Seguro que tú también prefieres llamarlo 'X', aunque solo sea por miedo a decirle de otra manera.
Llamémosle 'X' porque ponerle otro nombre sería faltar a la verdad, algo así como acurrucarse en unos labios que probablemente ya no tienen espacio para más. Llamémosle 'X' porque no hay cobijo en el rastro de esta ciudad para cuidarnos y mimarnos como creí que merecía. Llámalo como quieras, pero llámame.
Y si ahí arriba, tan cerca de la luna, queda algo de serenidad, llama. Inventa un nombre, deja que vuelen las palabras, condensa tus explicaciones y déjame que eche a rodar al son de alguna canción. Tú eliges el lugar y el nombre, por supuesto. Yo elijo si seguir, si me interesa tu oratoria, si quiero el abrigo de esa camisa de leñador capaz de conquistar la bruma de las luces de neón. Yo te elijo a ti o a otros. Déjame un ratito más que lo llame X. Déjame, que no quiero saber más. Hay domingos vestidos de diario en los que vivir en la inopia no me parece tan inapropiado como dicen. Por eso, precisamente por eso, llámalo 'X'... Pero, llámame.
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