Me he levantado con uno de esos días de instinto asesino, de ganas de hacer desaparecer el mundo y darte tantos besos que pierdas la memoria de tu piel. Una mañana de contradicciones con la convicción de querer que estés y podamos comer sushi en aquel japonés a medio camino entre lo cutre y lo formal. Después café bajo la lluvia, cigarro en el balcón y los dos de vuelta a la cama porque tengo frío y créeme, no hay una forma mejor de sobrevivir al domingo.
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