Mentir es una de esas lacras tan humanas que, más tarde o más temprano, se acaba enquistando en la vida de cada uno de nosotros. Bien sea como ejecutores de la patraña o como vulnerables creyentes de fe infinita. Y es que digamos que la religión de La Verdad Oculta se profesa más a menudo de lo humanamente permitido y el ateísmo no es nunca un mecanismo de defensa válido.
Mentir implica debilidad, contradicción, inseguridad y, quizás, también emociones tan increíblemente nuestras como el amor o la pasión. Porque el amor también miente y la pasión, la pasión no dice una sola verdad. Para ello, basta pensar en cuántos orgasmos fingimos, cuántos castillos elevamos sobre unos cimientos resquebrajados, a cuántas garrapatas dejamos encaramarse en lo alto de nuestra clavícula... Y casi sin darte cuenta, te creíste los orgasmos, te imaginaste viviendo en los castillos y hasta dejamos que esa (aparentemente) perfecta garrapata nos dejase sin energía.
No vamos a engañarnos, la mentira hace la vida más bonita. Tu mentira hizo mi vida ligeramente más bonita. Por eso, cuando una despierta a la realidad, la jodidamente sincera realidad, parece que el mundo le gustaba más rodeado del aura de misterio. Y yo, que siempre fui antiprincesa y, con los años me hice un poquito anti amor, te digo sí. Yo sí sentía, yo sí imaginaba, yo sí era sincera, yo sí disfrutaba, yo sí besaba, yo sí sentía una bonita conexión.
Así que, porque yo sí y tú no, me niego a dejarte como si nada. Porque ni siquiera mi madre tuvo que mentirme nunca para que me comiese las verduras y tú, tú has sido capaz de mentirme para morderme el corazón. Ha sido un bocadito, un tentempié para una vida que dices no es tan feliz pero, ¿qué sé yo a cuántas más le arrancaste un pedazo de su pasión? ¿Cómo te voy a creer ahora? ¿Quién te va a creer ahora? Ella, que en su inopia, desconoce lo que la desmereces casi tanto como lo hacía yo.
Siempre quise decirte con una sonrisa 'que te vaya bonito'. Te has perdido a una gran mujer y siendo sincera, quizás un día la pierdas a ella también y lo lamentes. Lo lamentes por ella. O por mí. O por las que dejaste tiradas en alguna esquina de la calle Barceló. Porque después de unas cuantas mentiras y verdades a medias, solo quiero decirte algo real: sí, me hubiese gustado que fueses cierto.