Qué será que nunca quiero que llegues, ni siquiera cuando ya no significas nada. Que tengo cuerpo y alma de un mayo permanente y todavía no me creo que vuelvas a llamar a esta puerta. ¡Ay, septiembre! que ya no hablas de vuelta a la rutina ni de limpiar el salitre que había inaugurado nuestra segunda piel y aún así, estorbas. Ay septiembre, que ya pasas inadvertido en un calendario sin fiestas y te encuentras conmigo, casi por descuido, en una mañana de café y ropa interior.
Qué será que ahora, cuando ya no significas nada, me altera más que nunca nombrarte. Quizás sea que empieza el curso político, con esa panda de embusteros haciendo esparavanes. O que esto me recuerda a otros septiembres nada halagüeños, con sabor a cenicero o a amor, sea el que sea su sabor. Meses que rozaron la histeria, la tristeza, la paz infinita y la nostalgia. Y eso me recuerda a algo que me dijeron una vez: "Sentir nostalgia del pasado con 22 años es ser hipócrita. Y estúpido también." Creo que no se trata de nostalgia, solo de simple asociación de ideas. De vuelta a las andadas, a los principios, a los desvanes y a los disfraces. Yo, que soy de irme por las ramas de cualquier mes, de cualquier año... Septiembre, siempre septiembre.
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