17.2.12

Y tiras, porque te toca

No hay una mueca de lástima que dé por iniciado este juego. De ahí, que yo pierda el norte y elimine de forma inconsciente tu sur...Entre aquello que estamos dejando escapar, sólo hay un tablero repleto de pequeños cuadros bicolores y una fuerza centrípeta que me hace sentir extraña en esta prepartida que, como digo, aún no se ambienta con los acordes de introducción.
Pongamos que hoy te toca jugar con mi vida. Pongamos que te la doy entre las manos y junto tus dedos para que no se escurra y acabe manchando el suelo. Pongamos que avanzas con ventaja: tienes lo frágil, lo volátil y mi pequeña proporción de compromiso. Digamos que lanzas el dado y en lugar de un cubo de seis caras, te encuentras con una caída al vacío que finaliza de canto. Y el canto significa echar el freno, dejarme en la estacada y elegir otra vida inerte del tablero. Y tiras, porque te toca. No me refiero al turno de partida; hablo de tu forma de tirar hacia delante arrasando, si es preciso, con la esencia del juego. Pongamos que esta vez has fallado en tu respuesta y tu incrédula oponente aspira tu vida a la altura de los alfiles. Sospecha que te has dado cuenta de sus planes y depositas mi vida en el tablero a cambio de que mi piel no suplique el roce de la tuya. Pongamos que diriges la pieza azul y, por momentos, pareces más guapo. Pongamos, de todas formas, que recorres los cuadros del tablero y te quedas a un centímetro y medio de mis comisuras y a un giro picado de mi nuca.
Te motivas porque el premio final está cerca y ya has dejado atrás el lastre que suponía desgarrar un trocito de vida ajena. Pongamos que escuchas cómo se entrecorta la voz de quien está enfrente, mientras intenta pronunciar su rendición. Y piensa ahora en la confianza ciega y pongamos que encuentras una razón de ser para tu optimismo de rellano. Pongamos que marginas la debilidad de tu oponente y continúas el show. Llamas al resto de jugadores y sus manos encima del tablero echan por la borda de la mesa mi vida, que acaba manchando el suelo. Pongamos que te importa poco o mejor dicho, que ni siquiera te das cuenta. Pongamos que tu rival se agota y su rabia crece hasta derruir aquella ficha que habías conseguido situar al otro lado, a un centímetro y medio. Pongamos que jugar en blanco y negro hace que a ella le superen las ganas de alternar contigo y con cientos de cuerpos como el tuyo. Sin perder tu compostura consigues situar otra pieza inerte muy cerca del borde contrario y casi generas los latidos del premio final. Susurras tu victoria, a la vez que paladeas la despedida sin hacerte cargo de los posibles desperfectos. Pongamos que cae una lágrima. Pongamos, también, que sellas con el mejor de tus abrazos la estúpida madurez de la que haces gala. Pongamos que la perdedora no quiere volver a ver entre tus manos la vida que ahora yace desgarrada...Tú, pareces preferir partidas efímeras de ahora en adelante.
Finalizada tu maldita estrategia, el peón ha vuelto a acabar con la reina.

1 comentario:

  1. Pongamos que las piezas no acaban con las piezas, pongamos que las piezas avanzan, siempre avanzan porque es imposible retroceder (así es el juego ¿no?)Pongamos que ahora la paz está más cerca, mucho más cerca y mucho más interna. Pongamos que vuelves repleta de mediocridad y osadía...

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