1.3.16

Que ser cobarde no valga la pena

Crees que ser valiente está sobrevalorado y, por desgracia, ser cobarde te sigue valiendo la pena.

Supongo que estarás conmigo en que hay días en los que todo parece una madriguera de cobardes. Esconderse en cuanto aparecen las orejas del lobo es tu única opción viable. Y es que por tener, ya tienes miedo hasta de ti. Por eso, elevas castillos en el aire y después ni siquiera te atreves a mover la atmósfera que nos rodea. Juegas en un ambiente contaminado por tus fantasías y tus miedos y, por lo que veo, suelen pesarte más los segundos.

Hace tiempo que renunciaste a improvisar y siempre quieres tener todo bajo tu control: tú decides cuándo hablar, tú decides cuándo besar, tú decides mis tiempos y tus espacios. Perder el control significa desvanecerte, dejar que el peso de tu cuerpo se enmarañe en los hilos de una marioneta. Perder el control significa confiar y ese es un riesgo que aún no estás dispuesto a asumir.

Tu cobardía es la tierra que palpita pero no se siente, no transmite ni un ápice de emoción pero, sin embargo, espera la gran ovación de su público. Y si no obtienes el parabién por tus actos, engrosas tu iglú y te inventas la forma de sellar las cicatrices que aún están abiertas. Y es que tener miedo de uno mismo tiene hasta sus propios mecanismos de autodefensa: siempre que puedas hacer el más visceral de los harakiris con tus sentimientos, todo irá bien.

No nos engañemos. La cobardía, tu cobardía, está bien vista o al menos, aceptada: te dicen que eres cauto, sensato y que sabes protegerte. Sin embargo, yo sé que sabes ser irracional, aunque solo sea a la hora de arrancar la ropa y clavar tu mirada intentando decirme, sin palabras, lo que nunca te atreverás a pronunciar.

Y es que por tener, tienes miedo hasta de mí y, siendo utópicos, ojalá pronto ser cobarde deje de valerte la pena.