12.7.14

El trance

¡Qué fácil es huir cuando tienes la vida por delante! Me repetía una y otra vez, asfixiándome en cada sílaba mientras intentaba superar la velocidad media de las escaleras mecánicas del metro. Por un momento, me sonrojé al pensar que quizás alguien estaba observándome y me leía los labios. Enseguida rectifiqué. En realidad no me importaba y tenía la certeza de que aquella era la afirmación con más sentido desde que aquella noche, sin que me oyeses, dije que te quería.

Hoy, en los entresijos de este mundo a punto de reventarme, huyo y siento entrañas que no me pertenecen y un pálpito que es más de otro que mío. Y si resignarse nunca resultó una opción valiente, digánme ahora qué le queda al cuerpo triste que se desvanece ante el espejo. La realidad acecha y tú no estás. Nunca estuviste o quizás no supe ver que te escondías en tu desordenado insomnio y tampoco quise encontrarte porque los sueños profundos me llevan a equívocos fatales.

Pensé que estarías y de nuevo, en la distancia, has vuelto a decepcionarme. Hoy acaban de darme una de las noticias más tristes de mi vida. De esas que revuelven cimientos y enmarañan las raíces de cualquier jardín. Y tú, ¿dónde estabas tú? No eras parte del jardín y tampoco de los cimientos pero abonabas con tu tierra mis mediodías. No sé ya si es cariño lo que siento o se trata solo de ese estúpido calor humano que nos produce conocer que la misma sangre corre por nuestras venas...

¡Qué fácil es huir cuando tienes la vida por delante!