-Los veo. Pierden rasgos de su personalidad a cada instante que avanza resbaladizo, al compás de un grano de arena que parece no atravesar nunca la esbeltez de un reloj. Están morados, de quererse silvestres y agotados. Se creen exóticos porque redundan sus palabras en sorbos a media mañana descifrando un delicado souvenir. A veces, se piensan, sólo se piensan. Aunque la retórica hace que siempre se piensen a solas, entre la multitud e, incluso, se piensen a medias. Son responsables últimos del dictado de sus ojos encontradizos y del balbuceo que les hace perder la conciencia de lo que fluye. Anidan equivocados al filo de gargantas que no les corresponden. Retrasan las palabras que rozan las pestañas y desequilibran la estibilidad a la puerta del estómago. Se tornan cautivos frente a la neutralidad de una pantalla que no emite sonidos a menos que las lágrimas debiliten las conexiones. Parecen dudosos, desdibujando un presente futurista que no se aclara en la necesidad de un beso en los labios. Ahuyentan a los malos espíritus que amenazan las esquinas bien trazadas de su intermedio inexistente. Soportan la necesidad de fusión caótica gracias a las condolencias de otros ritmos frenéticos que tristemente alcanzan el extásis. Están desubicados dentro de la línea imaginaria que une silenciosa sus barbillas...
-Ellos son felices así, a pesar de perder, estar, creer, pensar, ser responsables, anidar equivocados, quedarse atrapados, dudar, ahuyentar, soportar y no encontrarse...
-¿Lo somos...?