28.5.11

Reflexión nocturna

Noches de reflexión abrazada a un peluche cualquiera, removiendo las sábanas y pestañeando a un ritmo frenético. Respirando despacio, muy suave, sin intentar cambiar el aire de lugar y, mientras tanto, relajando cada músculo de mi cuerpo. Incluso el corazón. No quería sentir que algo faltaba y mucho menos pensar en por qué extrañaba algo que jamás había tenido.

Divagaba y mi cabeza se alejaba a unos 300 kilómetros de aquí y sentía que la noche se me venía encima, que ya era demasiado tarde y que tenía que dormir. Ya casi había llegado, paseaba por un campo de fútbol que olía al cloro de los días de verano. Las gradas estaban vacías y yo esperaba encontrarte bajo la portería, pero esta vez tenías un aspecto muy elegante. -Muy guapo-pensé. Y volví a apretar los ojos muy fuerte, me dolían las pestañas de imaginarme a tu lado. Definitivamente, había llegado la hora de dormir pero aún estaba demasiado lejos.

Todo parecía real y el caso es que, como decían todas aquellas canciones, estaba soñando con los ojos abiertos. Me había dado cuenta de que, a veces, eso era lo único que me hacía feliz y aquello rozaba el patetismo. Caminábamos por detrás de la portería y yo no paraba de pensar en si te gustaría aquel vestido que y en las mil imperfecciones en las que nunca deparaste. De repente, me dí cuenta de que tu cara estaba borrosa, que mi ilusión se nublaba y que tu boca había perdido su forma. Los rasgos que definían aquel rostro se quedaron sin contorno, como si no guardasen equilibrio, sin simetría, sin ser tú.

Y entonces me dí cuenta de que todas aquellas horas uniendo palabras para intentar comprenderte no habían sido en balde. Al fin estaba segura de que ya no sentía nada, que mis ilusiones eran vacías y que sólo miraba tus fotos cuando necesitaba echar fuera todo lo que me reconcomía. Todo lo que creí que significabas se resumía en una palabra: excusa. Eras la excusa perfecta para ilusionarme, llorar y sentirme infeliz. Una excusa que ya (casi) no me hacía temblar cuando estaba cerca; una excusa transitoria que trazaba el final de una etapa. No quería decirlo muy alto pero empezabas a inclinarte hacia ese agujero negro en el que se pierden todas las personas que no aportan lo suficiente a la vida. Me giré, cerré los ojos y dormí.