30.6.16

Hacer el amor

Lo hacíamos en la cama, en el salón, en la calle Toledo y también en el metro. En la penumbra de los bares y en la viveza de la calle en verano. En tu casa y en la mía. Lo hacíamos tan bien que despertábamos los murmullos de las vecinas, de los ciclistas y de los camareros guapos que nos regala Lavapiés. Lo hacíamos de lujo y diría que nunca dos fueron capaces de igualarnos.

Lo hacíamos bien, sí. Nadie sabía enlazar los dedos, extender falanges, buscar palma con palma, rozar, sudar, dudar entre nudillos. Lo hacíamos. Nos dábamos la mano con premeditación, alevosía y ganas.

19.6.16

El fin del mundo

El peso sobre los hombros es plomizo y agotador, como la temperatura del asfalto en agosto. La garganta está árida, la lengua seca y los labios llenos de llagas. Las alturas siempre se enrolan en escaleras de caracol que parecen imposibles de coronar y yo huyo, huyo de nombres propios, abrazos impropios y hogares ajenos. A ratos parece que no tengo aire, que las piernas se paralizan, estoy desnuda frente a un abismo de cuchillas sin afilar. No hay nadie allí. Nadie, porque el fin del mundo ha llegado.

La sensación de que de un minuto para otro el mundo se te ha venido encima de la espalda y te descoloca las vértebras es una de esas vivencias de las que una intenta escabullirse siempre que puede. Sin embargo, hay momentos en los que ese cúmulo de negatividad se convierte en un bucle sobre el que solo se arroja más y más tierra para ocultar la posible luz. 

En solo un mes, el mundo se ha desplomado ya tres o cuatro veces y aunque me duelen los hombros y no sé si mi cuerpo aguantará la próxima embestida, sé que cuando el fin del mundo llega, el fin del mundo también pasa. De puntillas y muy despacio se va alejando, siempre se acaba y vuelve a regenerarse en un lugar mejor, emulando a ese ave fénix que renace de sus cenizas. Esta sensación solo dura un par de días y se acentúa por la noche. Por suerte, nos hace más fuertes, puros y nos escarmienta. Pero jode, jode despertar.

Y así, el fin del mundo debe haber tenido lugar trillones y trillones de veces y ha pasado de generación en generación, tal y como lo hace el amor. Y es que, como suele decir muy sabiamente mi abuelo: "todo da por detrás en esta vida menos el aire en bicicleta". Así de simple, así de siempre. 

16.6.16

A corazón abierto

Las heridas se abren, infectan, limpian, cosen, cicatrizan y mueren.

La felicidad llega, se va, vuelve, sube, brinda, chispea, planea, desciende y muere.

Los ojos miran, se detienen, observan, guiñan, atraviesan, pestañean, se cierran y mueren.

Los veranos... Los veranos calientan, achicharran, estremecen, apasionan y mueren.

El corazón palpita, se excita, comete errores, palpitapalpitapalpita y muere.

Las mujeres luchan, valientes, luchan, lucho, luchas, lucha, luchamos... Y nada nos detiene.