8.2.14

Crecer después de haber amado

Son ya muchos años los que han pasado sin ti. Tantos latidos se han quebrado que ahora carece de sentido hablar del porvenir y de sus efímeros modos. Aún así, sabiendo todo en vano, continúo con esto que tiene algo de misiva y poco, muy poco, de rencor. O en realidad lo tiene todo... ¡qué sé yo...!

Crecí más de lo previsto y entre palabras y proyectos me sentí un gnomo de jardín abandonado en la gran ciudad. A mi manera, encontré un hueco entre canciones rancias y algunas sobredosis de emociones porque, supongo que si algo recuerdas de mí es esa facilidad para pasar de la risa al llanto en cuestión de segundos. Ya sabes que las malas formas nunca cambian. Aún así, te confirmo que maduré a base de insistir. Me instalé en la consigna de prueba y error y allí nadie como yo se proclamaba vencedora.

Ya no queda ni rastro de lo que conociste...ni marcas en la piel, ni el pelo sin ondas, ni mucho menos aquellos braquets capaces de enderezar sonrisas. Así que es muy posible que me veas y no aciertes a adivinar mi silueta. Es curioso cómo los años nos van desprendiendo de pequeños pesos para acoplarnos grandes lastres que inclinan nuestra nuca hacia el suelo.       Sigamos con la historia.

Pues sí, como ya te he dicho, crecí. Intenté amarrarme a la felicidad infantil pero pronto, los visillos desaparecieron de mi mirada y vi el mundo con otros ojos. Salí de mi casa y pensé en reconstruir el mapa del mundo, a través de viajes que kilómetro a kilómetro se tornaron como parte primordial de mi currículum vital. Llegó un momento en el que solo pensaba en huir, en maniobras de escapismo que resarciesen mis errores. Y conocí una parte del globo y me cambió la vida y deseé ser trotamundos, con bolígrafo, papel y cámara fotográfica...Se me había olvidado decírtelo; unos años atrás decidí ser periodista. 

Aún en ese intento de trotamundos, vivo en Madrid, en una habitación con balcón al centro donde, como supondrás, nada se parece a los que eran nuestros lugares de encuentro. Aquí, la gama de recovecos edulcorados se hizo más amplia. Había más de un millón de esquinas en las que mecer los amores que fueron pasando por mi cama. Cada uno me moldeó un poco mientras yo les procuré una huella que les hablase de mí. Aprendí. Gané y perdí. Me enamoré mucho y muy fuerte y pienso que eso también te recordará a lo que fui. Querría amamantarme con amores más livianos pero no es un propósito a cumplir en los próximos años. Quizás sea tu culpa que todo duela tanto y sea por ti también que el colchón no tenga tiempo para acostumbrarse a cada cuerpo.

A cuento de nada, quería decirte que ayer te vi, muchos años después...¿no sabías que me gustaba escribir? Lo suponía. Yo también tuve la impresión de no saber si eras tú.