22.4.13

L.B.


A finales de marzo, los jueves se hicieron eternos y todos los santos cayeron del cielo. La luna se escondió entre aquellos edificios que rodeaban un parque capaz de despertar al amor. En su lugar, el sol empapó con su pulcritud la suciedad de una madrugada más etílica que ética. La ciudad despertaba y, sin saber bien por qué, se hallaba distinta. Quizás, con la misma sensación de una niña que nota una caricia en su pecho tras su primera noche de amor. Ése no era el caso, muchas otras historias habían amanecido cerca de aquel Reino sin que sus cimientos se cuestionasen por ello.

Quizás fue la ausencia de gemidos o quizás fueron los testigos atónitos de aquel romance. Lo cierto es que ni siquiera la ciudad se creía lo que estaba ocurriendo y, por ello, esculpía sus aceras como si de una gran alfombra roja se tratase. Aquel lugar sospechaba de puro terror por sentirse uno más en aquel triángulo de amor con vértices inauditos. Las putas se esfumaban de cualquier esquina de ladrillo visto y cerraban sus ojos. Soñaban con más noches y más polvos, esta vez en los barrios de la Luna. La ciudad vibraba con los movimientos y con la música de los labios, de la lengua y, de nuevo, otra vez los labios. Y con las palabras que no siempre rimaban. Si lo hacían era siempre en asonante para no escucharlas demasiado…

-Y otra vez despertar aquí. Pero así, ni contigo ni sin ti…

-Conmigo o sin mí. Mi vida, siempre estuve. Aquí o allí…y a ti nunca te pesaron otros despertares.