16.9.12

L. 1991. Octubre. 27. 13:40. -

Desde las afueras del mundo era más díficil recordar. Portal, cocina, bañera, sofá y escaleras enroscadas en su propia altitud. Localizaba cada parte y la recogía en aquella vieja estantería de madera atendiendo siempre al año, el mes, el día, la hora, el minuto, el segundo...y la persona. Aquel rincón de cuidadosa organización se parecía más al paraíso de cualquier rata de biblioteca que a un cementerio de nombres para olvidar. La perfecta estructura de sus baldas en las que ni un vaso podría tenerse en pie, hacía temblar al mismísimo mundo de los melancólicos sin remedio. Desde abajo hacia arriba, podía encontrar una cronología de su incipiente vida amorosa. En contacto con sus pies, las cifras hablaban del 2005 y las separaciones entre secciones eran pequeñas aún. Siguiendo ese recorrido ascendente, los márgenes se hacían más amplios, las astillas de la madera más puntiagudas y el corazón empequeñecía. En la tercera balda, tan sólo dos conjuntos de palabras y números incomprensibles:

C. 2006. Enero. 31. 18:20 Portal.
A. 2007. Agosto. 3. 2:55. Pub sicodélico.

La estantería continuaba su recorrido. Ahora ya no había letra inicial, solamente lo que parecía un año y un lugar. ¿Un lugar de encuentro? ¿un lugar de recuerdo? ¿quizás de olvido? ¿un lugar de pasión?... Ella escogía el lugar rebuscando en la parte de su memoria que le complacía. La cuarta y quinta balda sólo contenían uno de estos conjuntos. Un espacio grande para olvidos costosos. La última balda ocupada llamaba poderosamente la atención. Ni una inicial, ni un año pero sí una gran ennumeración de localizaciones:

Casa. Acera. Sofá. Cocina. Cortina. Coctelería. Concierto. Coche. Bar. Bañera. Portal. Taxi. Plaza. Escalera. Metro. El quicio de nuestras camas.

Este último eslabón repleto de la vieja estantería estaba dedicado a uno de esos olvidos de díficil distracción. No había inicial porque el nombre no decía lo suficiente acerca de la persona. No había fecha porque sentía que aquellos versículos amorosos se expandirían en el tiempo. Sí había espacios porque lo cotidiano hace díficil el olvido y porque haber compartido aquello le había hecho apreciar lugares que siempre había pasado por alto. A menudo pensaba en redistribuir aquella estantería: eliminar el cementerio de nombres a olvidar y situar en su lugar a quien quería recordar siempre. La intención nunca había sido suficiente y quienes ocupaban un lugar en el cementerio de los olvidos eran también quienes merecían un espacio en su inventario vital. Comprendía que no podía separar lo bueno de lo malo ni hacer inútil lo que, en realidad, había servido para, al menos, sonreir. Así, la estantería debería seguir ocupándose porque sin ella nada habría valido la pena.


3.9.12

Puntos de ruptura

No es fácil empezar a escribir el final de las historias propias. La obación que cierra el espectáculo es, a menudo, hiel y miel como los miércoles. Es una obligación para colapsar el tráfico de sentimientos que contradicen mis ilusiones. Se trata de comenzar a olvidar aquel día en el que echabas por tierra mis pretéritos simples porque, sin cuestiones más profundas, tenía que ser así. 

Ya no seré la protagonista de un reencuentro de aeropuerto, de la humedad de nuestros impulsos ni del jugueteo de nuestras manos un año después. Nociones fílmicas no aptas para la vida real. Tú ya no serás testigo de la ternura que irradiaba mi sonrisa en las noches de invierno. Al  final de cada historia es razonable salir perdiendo un alto procentaje de pasión vital. Esa pasión que nos hacía parecer protagonistas de una película, desnudos frente al espejo. Por entonces, yo alcanzaba a ver tu alma reflejada y tú a intuir el rojo de mis cortinas.

Sí, esto es un adiós definitivo a las deudas que me debo y al tiempo que he invertido en tus recobecos. Esto es un adiós a la felicidad suprema de sentirte cerca. Adiós porque no quiero desearte ni la escarcha de la buena suerte.


Por los días en los que este rincón era parte de nuestra historia

1.9.12

Bol de cereales para dos

En el rincón de la casa en el que los vértices inspiran una nueva perspectiva. Allí, me rio a carcajadas tan fuerte que ya no escucho el roce de tus dedos. Porque me contaron una vez que la risa aniquilaba a los monstruos y con tu fría tregua silenciosa te haces parte de ellos. Es triste, lo sé. Pero somos nosotros los que nos enfrascamos en historias que no nos pertenecen, con el único fin de saciar esa curiosidad que, dicen, mató al gato.

Levanto la cabeza y diez centímetros más arriba diviso tu hipocresía, mirándome de frente y desafiando las leyes de la cordura. Sosteniendo mi barbilla para dar el último beso con sabor a cóctel, como el primero. Y no me merece la pena derrochar ternura en tus recuerdos. Aprieto los labios, disipo el beso, miro al suelo. Veo tus principios de papel pinocho. Moldeables con los meses y arrugados por mi rabia. Rabia, ese sentimiento tan absurdo y necesario cuando dejas de saber a qué olían los abrazos.

Sigo en el rincón de la casa en el que los vértices inspiran una nueva perspectiva. Aquí, me apetece escupirte toda esa rabia, desperdigar por tu cuerpo las palabras cortantes y retorcer tus miradas hasta que ambos caigamos desfallecidos. Hasta hoy he esforzado mis límites para rememorar los aplausos del teatro en noviembre y escuchar música del bajo Manhattan al pronunciar tu nombre. Supongo que las leyes universales de los finales semifelices tienen sus barreras, incluso para mí. 

Vivimos a base de comparaciones para superar las cribas ajenas y alejarnos, en lo posible, de esos monstruos que mueren al reir. Siempre acabamos cayendo de nuevo. Son cosas de la vida, supongo. Al decir "cosas de la vida" pienso en la hora del desayuno. Quiero decir que, por ejemplo, siempre me ha parecido muy curioso cómo la hora del desayuno se convierte en la hora de los pensamientos encubiertos. Me explico; quedarnos absortos día tras día leyendo las cantidades diarias recomendadas de copos de trigo mientras nuestra cabeza indaga otro corazón, otro cuerpo, otra reconstrucción, otra manera de ser, pensar...  Otras cantidades diarias recomendadas del bien merecido odio irracional...